Octubre y los primeros fríos

Pasa el calor, pasa septiembre y entramos en octubre.
Como no podía ser de otra manera, el frío ha llegado de pronto a este pueblecito. No sólo eso, sino que el termostato del clima local está roto, sin duda. 
Por las mañanas, a las siete y media, paseo con T., a seis grados. Yo, encogida de frío y abrigada hasta las cejas, preguntándome cómo sobreviviré a los ocho grados bajo cero de la climatología local propia del mes de enero; T., feliz con su melena blanca. A nuestro lado pasan un par de adolescentes camino del instituto. Llevan más que una chaquetilla que, sin duda, ha hecho refunfuñar a su madre y que hace que ellos caminen, más que encogidos, reconcentrados.  
A media mañana nuevo paseo con T. Esta vez en mangas de camisa, regodeándonos los dos en el sol. Aprovecho para desentumecer las manos después de toda una mañana en la nevera que llamo despacho.  
Por la noche, frío de nuevo; y mantas; y cuencos de sopa.
¿Lo mejor de este mes?
Que puedo volver a tomar el té humeante, envolverme en mis mantas y leer las aventuras completas del Padre Brown sin que el libro se me caiga de las manos por el sudor. 

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