Lunes de diccionario. Cacha.

cacha
De or. inc.
1. f. Cada una de las dos piezas que cubren el mango de una navaja o la culata de algunas armas de fuego. U. m. en pl.
2. f. Mango de cuchillo o de navaja.
3. f. Cada una de las ancas de la liebre, el conejo, etc.
4. f. cachete (‖ mejilla).
5. f. nalga (‖ porción carnosa y redondeada).





El ruido escaleras abajo despertó a Lady Ashville. Parecía como si alguien estuviera arrastrando un jabalí rabioso por el vestíbulo. 
A regañadientes salió de la cama. Del fuego que horas antes ardía en la chimenea sólo quedaban los rescoldos. El suelo estaba tan frío que un escalofrío le recorrió el cuerpo desde la punta de los dedos hasta la coronilla. Por un instante consideró la posibilidad de quedarse en la cama, recogida entre las mantas, al abrigo del colchón que todavía conservaba el calor. 
Más gritos la decidieron a pisar las baldosas heladas.
Se puso una manta sobre los hombros y bajó las escaleras. Al llegar abajo comprobó que su marido, el mayordomo y los criados no estaban arrastrando un jabalí rabioso hacia el salón sino a un espía del duque.
El hombre echaba espuma por la boca, gritaba y mordía a diestro y siniestro. Apenas podían controlarlo entre todos. Los jarrones que flanqueaban la entrada estaba rotos y los añicos de porcelana alfombraban el suelo. Una de las cortinas estaba rasgada y había manchas de sangre por la pared. 
Con una fuerza impropia en un hombre, el espía del duque se deshizo de los brazos que lo sujetaban, sacó el arma que llevaba colgada al cinto y disparó. Por suerte la sangre le impedía ver con claridad. La bala pasó rozando a Lady Ashvile para ir a perforar uno de los tapices que pendían a su espalda. 
Lady Ashville no lo lamentó. Siempre le habían parecido horribles. 
Su marido se abalanzó sobre el espía y el arma salió despedida hacia un rincón. La culata del arma se agrietó. Entre todos consiguieron por fin inmovilizarlo en el suelo. El espía convulsionó y finalmente, se desmayó, con los ojos en blanco y sin resuello. 
—¡Buscad! —Ordenó su marido—. Tiene que llevar las órdenes encima. ¡Querida, vuelve a la cama! Este no es lugar para una mujer. 
Lady Ashville hizo un amago de reverencia. Los hombres revolvían bolsillos, revisaban botas y alforjas. 
—Querida, vuelve a la cama. Este no es lugar para una mujer— le dijo su marido revisando el forro del sombero.
Lady Ashville suspiró. 
—Dejad que os traiga algo para atarlo —dijo dirigiéndose hacia los ventanales. Cogió uno de los cordones que sujetaban las cortinas y al darse media vuelta se aseguró de darle un buen puntapié al arma. El revolver cruzó la habitación y golpeó con fuerza la otra pared. La culata se agrietó todavía más. 
—¡Oh, querido! ¡Cuánto lo siento! —le tendió el cordó dorado al mayordomo—. Vaya, parece que el arma se ha roto.
Su marido giró la cabeza y, por fin, lo vio. Un pedazo de papel azul asomando bajo la culata. 
—¡Ahí está! —bramó
— ¿Cómo se les habrá ocurrido algo así? —se maravilló el mayordomo mientras su marido terminaba de destrozar la culata a golpes.
Lady Ashville regresó a sus aposentos sin mirar atrás. Su marido era hermoso. E inteligente. Pero un completo inútil para el espionaje. Por suerte para él, y para el rey, ella había estudiado interna con la esposa del duque. Ya de niñas era brillante; la había visto ocultar briznas de tabaco, cartas de amor y bombones de chocolate en los lugares más inverosímiles. 
Sonriendo para sí pensó que después de desayunar le escribiría una carta contándole lo sucedido. Siempre le había gustado hacerla rabiar. 

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