Mayor

—Vas a ser mayor —le dijeron papá y mamá. 

En su habitación de niño pequeño se quedó la cuna, que hacía tiempo que le había quedado pequeña, y su cambiador, que ahora sólo utilizaba para dejar los coches de juguete. En el techo, sobre la cuna, se quedó el móvil con figuritas de fieltro que danzaba por las noches cuando papá y mamá le daban cuerda antes de apagar la luz. En la mecedora se quedó el muñeco de trapo que la abuela le había cosido para que lo protegiera de los monstruos. 

—¿No te hace ilusión?—le preguntaron— Vas a tener una habitación nueva, sólo para ti, y una hermana pequeña.

Teté se mordió el labio. Le gustaba su cuarto nuevo; su cama parecía un coche de carreras y sus juguetes estaban guardados en un baúl grande y negro, como el de un mago. 

—¿Y el monstruo? —preguntó agarrando fuerte la mano de papá. 

—Los monstruos no se comen a los niños mayores —le respondió. 

Y mientras mamá metía en la cuna al bebé, Tete se despidió de su cuarto, de su cuna y de su cambiador. 

—Quiero llevarme el muñeco —dijo. 

—Ahora es para tu hermana. Será tu regalo de hermano mayor para ella ¿Si?

—No —respondió Tete. 

Su papá suspiró y le revolvió el pelo. Tete se asomó a la cuna. Mamá le decía cosas bonitas al bebé.

—No se entera de nada —gruñó Tete.

—Yo creo que sí —dijo su mamá—. Te decía las mismas cosas a tí. ¿No lo recuerdas?

Tete no lo recordaba, pero dijo que sí, y su madre se rio y le dio un abrazo y un beso. Pero entonces el bebé comenzó a llorar en su cuna y mamá dejó de hacerle caso.

—Venga, Tete, vamos a dormir —dijo su papá.

—¿Y mi muñeco?—dijo Tete—. El monstruo vendrá y se me llevará y será culpa vuestra. 

—Los monstruos no se acercan a los niños pequeños. Mejor se lo dejamos a tu hermana; ella sí es pequeña y le hará falta. 

Tete se dejó acostar. Su cama olía a sábanas limpias y las paredes, a pintura fresca. 

—¿Te leo un cuento? —le preguntó su papá.

—No —gruñó Tete y se metió bajo las sábanas. 

Fuera de su cama y de su cuarto, su hermana dejó de llorar. Papá y mamá se fueron a dormir y pronto la casa quedó iluminada sólo por la luz de las farolas que entraba por la ventana. 

Teté se deslizó fuera de la cama y entró en su cuarto de niño pequeño. El bebé dormía en su cuna. Cogió el muñeco de la mecedora, regresó corriendo a su cuarto y se metió de un salto en la cama. 

Abrazó el muñeco. La abuela lo había rellenado con bolsitas de lavanda seca. Aspiró fuerte y, antes de darse cuenta, se quedó dormido. 

Se despertó al cabo de unas horas. No pasaban coches por la calle. La casa estaba en silencio. La luz de las farolas se había apagado. Sólo la luna le permitió ver una sombra pegada a la ventana. Teté abrazó el muñeco y el olor a lavanda llenó la habitación.

Tete contuvo la respiración hasta que el monstruo se alejó de su ventana y se deslizó por la fachada hasta el cuarto de al lado. 

Sabía que su hermana escucharía primero un golpeteo contra el cristal de la ventana. Luego llegaría el frío. El monstruo tiraría de las sábanas, le pellizcaría los pies y lo cogería de los tobillos. Tete tembló. 

Lo único que se podía hacer cuando el monstruo te cogía de los tobillos era chillar muy fuerte y  confiar en que papá y mamá llegaran a tiempo. 

En el cuarto de al lado su hermana lloró muy bajito. 

—Chilla —dijo Tete —Chilla, tonta. 

Una vez el monstruo lo había cogido tan fuerte que lo tiró de la cama. Por suerte, la abuela lo cuidaba esa noche. Entró en el cuarto, en bata y zapatillas, con la redecilla del pelo, y blandiendo sus agujas de hacer punto como si fueran espadas.

Su hermana lloró un poquito más y luego se calló. 

Tete bajó corriendo de la cama. El suelo estaba tan frío que le mordió los dedos de los pies. Entró en el cuarto de su hermana. La ventana estaba abierta. El monstruo tenía las garras dentro d ella cuna.

—¡Déjala! —dijo tirándole el muñeco de trapo. 

El monstruo lo apartó de un manotazo. El muñeco golpeó contra la pared y el olor a lavanda se extendió. 

—¡Qué la dejes! —Tete se lo tiró de nuevo.

El monstruo enseñó los dientes. Se retiró hacia la ventana. 

Tete le tiró el muñeco otra vez. 

—¡No te acerques a ella! ¿Me oyes?

El monstruo salió por la ventana. Tete la cerró corriendo. Le latía el corazón tan fuerte que le dolía el pecho. La habitación estaba helada. Corrió a mirar en la cuna. Su hermana tenía un arañazo en la mejilla y los labios azules. Tete la tocó. Estaba fría. Le puso el muñeco de trapo al lado y la tapó bien con la manta. 

—Eres tonta. Tienes que chillar para que vengan papá y mamá. O la abuela. La abuela es mejor cuando viene el monstruo ¿Sabes? —su hermana hizo pompitas de saliva. Tenía mejor color y no estaba tan fría—. No me gustas —le dijo Tete—. Pero puedes quedarte con el muñeco. Yo ya soy mayor. 


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