Sobre "worldbuilding", ecosistemas y El espejo perdido.

En inglés lo llaman "worldbuilding", que viene a ser lo mismo que decir "construcción del mundo". Y significa, precisamente esto. 
A la hora de escribir una historia hay que tener en cuenta trama, personajes, tema (lo detesto) y la construcción del mundo, entre otros. Sobre todo si uno se mueve en el terreno de la fantasía y la ciencia ficción.
A veces pasa desapercibido. A veces resulta esencial. Y a mí es de las cosas que más me gustan. 
Cuidado. No hay que confundir la construcción del mundo con la ambientación. La ambientación de un mundo es lo que puedo percibir con los sentidos. La construcción de un mundo pasa por ponerse a jugar con cadenas de ADN.
"La dama de blanco" tiene una ambientación gótica maravillosa; "Alicia en el País de las Maravillas"construye un mundo. "El cuento número trece", de Diane Setterfiel, tiene una ambientación que a mi me cautiva. "El circo de la noche", de Erin Morgenstern, crea un circo que se sostiene con magia. "El señor de los anillos", de Tolkien, contiene un universo.
Y hoy me dejo caer por aquí para hablar de construcción de mundos porque sí, porque tengo un rato y porque de vez en cuanto conviene quitarle las telarañas al blog y poner en marcha el ordenador. Y porque llevo un trimestre de lecturas poco acertadas, ahora mismo me estoy leyendo "El espejo perdido", de Jonathan Stroud, y lo estoy disfrutando. 
La premisa es la siguiente. Desde hace unos cincuenta años, en Gran Bretaña los espíritus de los muertos han vuelto para acechar y atormentar a los vivos. No solo eso; un roce de un espectro provoca la muerte. A este suceso lo llaman "El Problema". El Gobierno ha tomado cartas en el asunto, ha creado un departamento específico, ha surgido una industria especializada en vender artefactos protectores, Pero sólo los niños pueden ver a los espíritus y sólo ellos pueden combatir con ellos, así que terminan en la primera línea de combate.
Hasta aquí la construcción del mundo. Sólida, coherente y entretenida.
Y ahora viene lo que mi parte favorita. El ecosistema del mundo. Porque resulta que se combate a los fantasmas con hierro, lavanda, sal y fuego. Así que Jonathan Stroud llena las calles de Londres de farolas antifantasma, que a intervalos regulares barren las calles como pequeños faros, y coloca canales de agua corriente en las zonas comerciales, para que los adultos puedan ir tranquilamente de tiendas. Los sombreros y las solapas se adornan con ramilletes de lavanda. Sobre las cunas cuelgan móviles de hierro y los agentes combaten con floretes, bombas de sal y granadas de fuego griego. 
El mundo no es solo coherente; es consistente. Nutritivo. 
Por supuesto un mundo bien construido no basta para sostener una historia. Por suerte el libro (el segundo de la serie Lockwood and Co, por cierto) cuenta con un misterio bien armado y bien resuelto. Un trío protagonista que tiene un poco de todo: Lockwood, jefe de la agencia, carismático, pretencioso y un tanto oscuro; Lucy, narradora, ácida, lúcida y decidida; y George, gruñón, desastrado, brillante. Quizá lo menos creíble sean sus edades (yo diría que entre los doce y los quince) pero estoy dispuesta a pasarlo por alto. 
Dadme un mundo y me tenéis ganada. 

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