Sobre Winny de Puh, libros autoeditados y Grace Kelly.

Algún día me pararé a pensar de dónde me viene esta fascinación por los cuentos infantiles porque no es que tuviera precisamente una infancia escasa de cuentos. Pero hoy no es ese día; hace calor y me cuesta hilar dos pensamientos. 

Pero me llega para decir que he leído Historias de Winny de Puh, de A. A. Milne, y que me han parecido encantadoras. No podía ser de otra manera. Deliciosas, dulces y muy tiernas. Un oso de Muy Poco Cerebro, un asno pesimista, un porquete temeroso y generoso, un canguro y su cría, un búho que sabe escribir MARTES, un conejo resabiado y un tigle que da botes y pone de los nervios al resto de pacíficos personajes. Todos adoran a Christopher Robin, que como buen niño, es el que sabe todo sobre todo. Y todos viven felices en el Bosque de los Cien Acres. No voy a decir que vivan sin angustias, porque no es cierto. Pero viven felices, se ayudan y se quieren. Y al final del día eso es lo único importante. 

De las aventuras de Winny de Puh he aprendido que a los Tigles les gusta casi todo menos la miel, las piñas y los cardos. Que se puede ir a rescatar a un amigo de una inundación montado en un paraguas a modo de barca. Que las Cosas Importantes se tienen que escribir con mayúsculas. Y que la miel y la leche condensada son excelentes para desayunar, para comer, para merendar, para cenar y para esa otra hora en la que sientes como si te entrara hambre y quieres tomar algo. 

Al final Christopher Robin crece, por supuesto. Y sabe que ya no podrá seguir viviendo en el tronco de un árbol, en el bosque. Y aunque es triste ese niño sabe que tendrá el recuerdo de sus amigos de peluche y que ellos seguirán siendo felices en su  bosque. 

Una ventana a la nostalgia, a otra época donde con menos, disfrutaban más y donde no se les daban tantas vueltas a las cosas hasta ponerlas del revés, como los calcetines. Christopher Robin va excursión con una escopeta, algo que hoy en día ni siquiera llegaría a ver la página escrita. El regalo de Puh en su fiesta es un estuche de lápices, un sacapuntas y una goma de borrar. Y meriendan bocadillos de melaza y leche.

También he leído A year in Tokyo (Un año en Tokyo), de Christy Anne Jones. Es una mezcla entre guía turística, listados de curiosidades y de recomendaciones y diario de recuerdos. Un libro autoeditado y autoilustrado. Autotodo, en realidad. Y le ha quedado muy bien. Meritorio, que dicen ahora. Envidiable, diría yo porque me da Envidia, la verdad. No me explico de dónde ha sacado el esfuerzo, las ganas y la ilusión. Y no es sólo hacerlo; es también montar la distribución y la venta. A lo más que llego yo es a darle vueltas a la cucharilla de la taza de té y así y todo a veces se me queda el azúcar apelmazado al fondo. 

En el apartado de anecdotario, ayer vi a una vecina salir de casa con su hija para ir a la piscina de la comunidad. Hasta ahí todo normal. Pero salieron en bikini. Y ahí me chirrió. Vaya por delante que no soy ningún icono del estilo y que la única razón por la que voy conjuntada es porque me compro toda la ropa en la misma tienda. Pero a mí me enseñaron desde bien pequeña que a la playa se iba Vestido para la Playa, con una camiseta grande o con un vestido ligero. Para mi sorpresa me salió (con virulencia) la vena de "otrostiemposeranmejores" junto con un ramalazo de "antesestonopasaba" y me acordé de Grace Kelly, soberbia en Atrapa a un ladrón cuando se disponía a ir a la playa. Y pensé que el libro de economía doméstica de mi madre dice algunas verdades cuando enseña a ir Pulcro, Aseado y Vestido para la Ocasión.


Nota al lector: no me he olvidado de las reglas gramaticales sobre el uso de mayusculas, pero estoy de acuerdo con A. A. Milne en que las Cosas Importantes hay que escribirlas con Mayúsculas.

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