Trompeta



Cuando era niño, el Oráculo le vaticinó a mi padre un cuerpo sano, una esposa joven y unos hijos destinados a la grandeza. 

A una edad en la que muchos ya no son capaces de sostener su propio peso, él todavía dirige a sus hombres con mano firme. Mantiene joven a su esposa por el simple método de cambiarla cada cierto tiempo. Y sus hijos se han destacado en incontables batallas. 

De niño me pegaba a cualquiera que cantara alabanzas a sus hazañas. Me colaba en las tabernas para escuchar a sus soldados cuando volvían del frente. Recorría los baratillos a la caza de libros de historia militar y estrategia.

Me fascinaba cómo se entrelazaban las victorias y las derrotas. Cómo la disposición de unos hombres de una u otra manera, en conjunción con el paisaje determinaban la victoria. Y cómo una comida en mal estado o un suelo embarrado podrían terminar con un ejército derrotado y con su general decapitado. 

En cuanto tuve edad, me presenté en la escuela militar. El campo de batalla me estaba vedado. También las mesas de estrategia. Pero tenía buenos pulmones y una vista aguda terminó de sellar mi destino a cornetero.

Pasé los tres años siguientes memorizando toques de corneta, ejercitando la vista para reconocer insignias y banderas. Al final era capaz de traducir cualquier conversación a una sucesión de toques cortos y largos, agudos y graves; y podía adivinar el número de caballos que tiraban de un carro por la polvareda que levantaban en el camino. 

Llevo ya cinco años en esta atalaya, vigilando la frontera de oriente y transmitiendo mensajes con mi corneta. Movimientos de tropas, alianzas matrimoniales, gobernantes de reinos vecinos depuestos. Toques que recorren la distancia de cornetero en cornetero hasta los altos mandos. 

Cada cierto tiempo llega una carreta con un barril repleto de manzanas, varios kilos de cecina seca y lo necesario para mantener mi corneta en buen estado. 

Nunca he tocado una manzana. Mi madre decía que nada bueno había salido nunca de un barril de manzanas, una fregona joven y una cocina solitaria. Así que en lugar de comérmelas las arrojo a los ciervos.

Pero esa es mi única transgresión. Soy un buen soldado. Mantengo mi corneta en perfecto estado de revista y transmito mensajes. Los últimos sitúan a nuestras tropas al otro lado de estas montañas, dispuestas a cruzar la frontera de oriente.

Hace dos noches apareció en el horizonte una suave neblina. Polvo del camino que se asentó al amanecer. Este anochecer el polvo se ha vuelto a levantar. Los ejércitos de oriente se reagrupan en un intento de presentar batalla. Avanzan cubiertos por la noche y se mantienen agazapados durante el día confiando en que la espesura del bosque camufle sus movimientos. Sin duda pretenden atacar coincidiendo con el solsticio cuando el sol está en su posición más horizontal, para que ciegue a los soldados en el valle. Siguen los preceptos de los estrategas de forma tan literal que resulta enternecedor. 

Si hago sonar la corneta, las tropas de mi padre caerán sobre ellos al amanecer. Será una masacre para ellos y un paseo por el bosque para él. Una victoria fácil. 

Pero la Historia militar es también la historia de las grandes derrotas. Y yo también estoy destinado a la grandeza. 

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