Sobre biografías, autobiografías y Gengis Kan.

 De vez en cuando me leo una biografía.

¿Qué le voy a hacer? Tengo el alma cotilla. 

Como muy bien nos explicaban en el colegio existen las biografías y las autobiografías.

Las buenas, las cotillas de verdad, son las autobiografías; sobre todo las de escritores. Tengo las de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle e Isaac Asimov y no tienen desperdicio. Un escritor es, a fin de cuentas, un embaucador, alguien capaz de contarte un relato como si fuera cierto y de tenerte atrapado durante páginas y páginas. Sólo que en las biografías, a veces, se les cuela el ego. 

Así descubrí que la Guerra de los Boer se ganó gracias a Arthur Conan Doyle (según su autobiografía) y que Isaac Asimov era un gran escritor que no creía en la falsa modestia (también según su autobiografía). La mejor, sin embargo, es Agatha Christie, gran dama y embaucadora donde las haya. Leyendo su vida eres plenamente consciente de que te está contando lo que quiere y de que no te dará ni un sólo detalle de lo que no quiera. Y, aún así, sigues leyendo. 

¿Y a cuento de qué viene esto?

Pues de una biografía de Gengis Kan que me dio por comprar y por leer. No me fascinan los personajes históricos, pero él, sí. A saber por qué. Y, de paso, descubro la figura de su nieto, Kublai Kan.

Curioso pueblo, los mongoles. Casi podría decirse que levantaron un imperio por casualidad. Siendo un pueblo nómada y cazador, no parecía que tuvieran mucho aprecio por asentase en grandes ciudades, pero ciudades era lo que había para conquistar y a eso se pusieron y  tuvieron un éxito envidiables. Fue suyo casi todo oriente y le dieron un buen bocado a occidente.

Como conquistadores resultaron muy efectivos. Los ejércitos, hasta entonces de infantería, no sabían muy bien qué hacer con esos señores a caballo que cargaban por sorpresa, huían, emboscaban y no seguían los códigos tradicionales de la lucha entre caballeros en los que dos ejércitos a pie se colocaban frente a frente y guerreaban.
Además, tuvieron el buen tino de ir incorporando todos los avances tecnológicos y a todos los expertos en avances tecnológicos que pudieron encontrar y así se hicieron expertos en el uso de pólvora, catapultas y construcción y drenado de fosos.

Al no ser un pueblo manufacturero, necesitaban importarlo de otros lugares. Así que fomentaron el comercio, abrieron rutas comerciales seguras, si hicieron con artesanos, inetelectuales, intérpretes, médicos e ingenieros. Promovieron el uso del papel moneda, unificaron el alfabeto, fomentaron la creación de una red de escuelas.

Y, lo más sorprendente, hicieron gala de una tolerancia religiosa que tardó mucho, mucho en volver a verse. Mientras los territorios conquistados pagaran sus tributos y no se revolvieran, podían creer en las deidades que quisieran.

Con el paso del tiempo, como suele suceder con los imperios, se desvanecieron en el polvo. Pero para recordarlos recomiendo estas trescientas ochenta y dos páginas de historia, que no se hacen nada pesadas.



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