Microcuento: Un día de celebración.
Había sido un día de celebración.
Las tribus del Este habían entregado las armas y, obedeciendo las órdenes de palacio, habían destruido los altares dedicados a la Diosa. En el patio se elevaba un montón de mármol, tan alto como las torres de los vigías. De él sobresalían torsos de mujer, brazos terminados en garras y cabezas de águila.
Las tribus también se habían visto obligadas a entregar su cuota de esclavos. El príncipe se había hecho llevar a palacio a las jóvenes más bellas. Y, de entre ellas, escogió a la más sobresaliente: piel suave, cabello tan fino ondulaba sólo con rozarlo, y el rostro más hermoso que había visto en mucho tiempo.
La joven se dejó llevar sumisamente hasta sus aposentos y se contuvo de forma admirable cuando el príncipe cerró la puerta. Luego, se dejó caer a los pies de la cama y comenzó a temblar.
El príncipe sonrió.
Las manos de la joven se alargaron hasta convertirse en garras.
Su rostro se afiló y se cubrió de plumas.
El príncipe gritó y corrió hasta la puerta.
La aporreó con fuerza.
Lamentablemente había dado a su escolta la orden de que no lo interrumpieran bajo ningún concepto.
Y nadie lo molestó.
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