Mayo, en libros.

La luz que no puedes ver, de Anthony Doerr.
Un libro que no estuvo mal, pero que no era para mi. Y creo que el problema ha venido por una contraportada que prometía algo diferente a lo que ha resultado ser el libro. 
La acción comienza en 1934 y termina en 1944 y tiene como trasfondo la Segunda Guerra Mundial. En teoría, se supone que el libro sigue a dos niños, Marie-Laure y Wernes que, de alguna forma, está ligados a través de un misterioso diamante que se encuentra en Paris. O algo parecido pone en la contraportada. En la práctica, seguimos a estos dos personajes a lo largo de diez años, los vemos pasar de niños a adultos y poco más. El diamante no aparece por ningún lado y el misterio ni se huele. 
Me gustan los libros en los que no sucede nada, pero pienso que esa falta de acción debe suplirse con una atmósfera y con un escenario que sean extraordinarios. Y ni el escenario, ni la atmósfera me han dicho nada. 
Quizá sería más correcto describir el argumento como el relato de lo que le sucede a dos personas normales cuando la guerra lo pone todo patas arriba. 
(Y si, acabo de ver que ha ganado el Pullitzer de este año. Creo que sintonizo mejor con los Hugo).


Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen.
Este no lo resumo porque no hay forma de estar a la altura del libro. Sólo decir que ha sido una relectura y que la he disfrutado como si fuera la primera vez. Lo cual me hace preguntarme por qué no me dedico a releer a Austen y Dickens y me dejo de experimentos.








El imperio final, de Brandon Sanderson.
Cambio radical de género y nos vamos a la épica fantástica. Pero con un giro de tuerca. Nada de dragones ni de magos. No. Aquí hay alomanticos, personas que queman metales en sus estómagos y extraen fuerza, potencia, capacidad para incidir en estados de ánimo y otras habilidades igualmente útiles y espectaculares.
Aquí tenemos un país cubierto por la ceniza, un hombre que busca venganza, una chica que busca sobrevivir, un rey que es al mismo tiempo un dios y una galería de personajes espectaculares y terroríficos.
Y, como Brandon Sanderson sabe lo que hace, tenemos un mundo con unas reglas coherentes, un sistema mágico con limites que lo hacen creíble y unas escenas de acción inmejorables.


Una vida mágica, de Diana Wynne Jones.
Alguien me tendrá que explicar algún día qué les dan a los escritores ingleses, que consiguen estos libros para niños divertidos, emocionantes, sin condescendencias y un puntito crueles.
Una vida mágica vendría a tomar como punto de partida las historias de hermanos que quedan huérfanos en el mundo. Y ya está. Porque a partir de ahí, todo difiere de los relatos tradicionales. Gwendolen y Gato son huérfanos, si. Pero Gwendolen es una bruja excepcionalmente hábil y, tras aprender todo cuanto puede de sus tutores, decide que merece más. Y como merece más, no duda en desobedecer, mentir, engañar y, si se tercia, matar varias veces a su hermano.
Creo que es la primera vez que me encuentro con un malo (mala, en este caso) tan desapegado de cualquier sentimiento, tan frío y tan cruel. Gwendolen es una sociópata de manual. Y ni siquiera puede decirse que al final pierda y se restablezca el orden del universo.

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