Sobre mudanzas, cantos del cuco, durmientes, tecnología y anarquistas.

La última entrada es del veintitrés de septiembre. Casi ha pasado un mes. ¿Qué he hecho desde entonces?
He cambiado de trabajo.
Me he mudado.
He comprado más libros.
Y todo en ese orden. Los cambios siempre me han descompuesto, y mientras estos duraron T. tuvo que quedarse en la nave nodriza con mis padres, así que durante unas semanas estuve triste, mohína y con el llanto fácil. El mayor ejercicio terapéutico que hice fue volver a ordenar mi librería, tras lo que llegué a la conclusión de que está terriblemente desbastecida y de que debería llenarla un poquito más. 
Desde "El arte de pedir", de Amanda Palmer, he leído una policiaca, una juvenil, una de divulgación y un clásico. Vamos por orden. 

El canto del cuco, de Robert Galbraith (también conocido como J.K. Rowling).
Una vacante imprevista, no me gustó. Y es una pena, porque estaba decidida a que me gustara. Pero "El canto del cuco" sí que me ha gustado. Es una novela policíaca de las de toda la vida. El detective es un hombre con su dosis de claroscuros, falible y castigado por la vida. Tiene una ayudante resuelta y pizpireta. También aparecen un muerto, unos cuantos sospechosos y un asesino insospechado. 
Si uno lo piensa bien, no es sorprendente que J.K Rowling se dedique ahora  a escribir novela negra. Cada uno de los libros de Harry Potter responde al esquema de una novela de intriga. Se plantea un enigma al comienzo del libro, se desperdigan una serie de pistas entre medio y se resuelve al final. Eso sí, los libros de Harry Potter siguen siendo mis favoritos. 


El tercer durmiente, de Maggie Stiefvater.
Tercer libro de la saga de la profecía del cuervo. Bien escrito, reposado, con unos personajes contundentes. Fue el libro ideal para mi semana de traslado. Volví a un paisaje que conocía para reencontrarme con unos protagonistas que aprecio. Fue consolador. 
Por cierto. Como complemento de esta saga, la autora diseñó un tarot, con su correspondiente libro de explicaciones. Y como una se cree esto de que hay que apoyar al autor, lo compró. El tarot llegó en pleno cambio de trabajo, y en medio del proceso de la mudanza. Muy bonito, la verdad. Pero llegó incompleto. Le faltaban cartas. Y en medio de mi humor brumoso y con mi clásico espíritu catastrofista, vi en ello una señal. ¿De qué? Pues no lo se, la verdad. Esperaré a que llegue el tarot completo para preguntarle a los hados. 


Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, de Nicholas Carr.
Uno de los que me gustan. Una reflexión sobre cómo la excesiva tecnificación nos facilita la vida, pero a la vez nos vuelva más torpes, menos capaces. Más fácil quiere decir más sencillo, pero no siempre mejor. A través de una serie de ejemplos en los campos de la aviación, la medicina, el diseño, o la conducción, Nicholas Carr revisa el impacto que la introducción de tecnologías cada vez más sofisticadas tiene en nuestras habilidades y propone una toma de conciencia de los instrumentos que diseñamos. 






El hombre que era jueves, de G.K Chesterton. 
Resulta que en mi nueva residencia (llamémosla B., de ahora en adelante) hay una biblioteca. Y en esa biblioteca hay un club de lectura. Y que esta es la primera lectura de la temporada. 
En mi caso, relectura. Lo había leído hacía un par de años y me había quedado con la idea de que era un libro sobre anarquistas que al final se volvía muy, muy raro. 
¿Y ahora?
Bueno, sigue siendo un libro sobre anarquistas con un final muy, muy raro. Pero supongo que tanto taller de escritura y una lectura más atenta que la de la última vez han hecho que aprecie una serie de detalles que la primera vez se me escaparon. Dejando de lado las paradojas o metáforas que pueda haber en el texto (nunca he sido muy dada a las preguntas del tipo "¿Qué nos quiere decir el autor con esto?"), sí he captado la estructura y el ritmo de forma más clara que la última vez; he sido más consciente de la caracterización de los personajes y de el tratamiento de la atmósfera. En cuanto al significado oculto en el libro, confío en que los miembros del club de lectura me iluminen. 

Para ponerle punto y final a este proceso de mudanza y cambio el viernes pasé por IKEA y volví con dos bolsas llenas de cositas que no sabía que necesitaba, pero que en cuanto vi supe que eran imprescindibles para la vida. Por ejemplo, un rallador del tamaño de una botella de agua de litro y medio, o unas pinzas para girar los filetes en la sartén. Y mi favorito: un artilugio que descorazona las manzanas y las corta en gajos. Se acabó el comérselas a bocados como una salvaje cualquiera. 

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