Lunes de diccionario. Soniche.

soniche
1. m. germ. silencio ( abstención de hablar).





La mujer sentada en la mesa de interrogatorios se hacía llamar Granta y era la mayor proveedora de soniche de la ciudad. 
Entrada en años, con el cabello de color gris sucio, ropa sencilla y sonrisa amable. Parecía una mujer completamente normal; hasta que te fijabas bien. 
Lo más llamativo era la ausencia de implantes cutáneos: las sienes estaban libres de parches estimuladores, igual que la cara interna de las muñecas; los oídos, despejados de transmisores, le conferían un aspecto extraño a su perfil, como si estuviera incompleto. El resultado del reconocimiento médico, que ahora se descargaba ante mi retina, me indicaba que tampoco tenía implantadas las lentillas y que, de alguna forma, había conseguido inutilizar los neurotransmisores que los planes gubernamentales inyectaban en la sangre de todos los ciudadanos con las primeras vacunas. 
Carraspee. 
—¿Sabe por qué está aquí? —traté de sonar profesional en mi primer interrogatorio.
Granta se inclinó y me tomó de la mano. Me puso un pequeño interruptor, del tamaño de un dado en la palma. 
—Una pulsación, querida, y el mundo no volverá a ser el mismo. 
El Manual prohibe cualquier interacción con los renegados, así como portar, guardar y ocultar objetos que no cuenten con la validación del gobierno. Debería haber devuelto el interruptor, pero mi superior entró en ese momento y no se me ocurrió nada mejor que cerrar la mano. 
Debería haberlo consignado nada más finalizado el interrogatorio. 
Debería haberlo entregado a cualquiera de los agentes con los que me crucé en el metro.
Debería haberlo guardado en un cajón al llegar a casa. 
En lugar de eso, lo pulsé. El ruido de la estática me perforó los oídos y un fogonazo de luz me cegó por un instante. Después llegó el silencio. Y fue inmenso. 
Las lentillas dejaron de retransmitir noticias, publicidad e información sobre en entorno; los transmisores del oído enmudecieron: ya nadie podía localizarme ni yo podía localizar a nadie. Los parches no detectaron alteraciones de temperatura ni pulso y los neurotransmisores no estimularon mi hipotálamo. 
Supe que era un ataque de pánico por los síntomas. Corrí a la cocina y busqué una bolsa en la que respirar. Me encogí en un rincón, incapaz de salir en busca de ayuda.
El silencio persistía. Era algo sólido, inacabable. Fuera llovía a cántaros. ¿Cómo no me había dado cuenta? Las cañerías del edificio gemían con cada descarga y, por primera vez, me pareció molesto. Escuché las conversaciones de los vecinos ¿Siempre habían hablado tan alto? Salí al balcón. Los ruidos de la ciudad, el frío de la noche, el olor del asfalto mojado, todo me golpeó con tal fuerza tuve que volver a respirar en la bolsa. No era desagradable, sólo abrumador: las luces, los detalles, los matices. ¿Era eso lo que veía Granta a diario?
El ruido de estática llegó antes de lo esperado. Las lentillas se activaron. Los parches cumplieron su función y el alivio llegó al momento. Mi respiración se acompasó, el golpeteo del corazón cesó. 
Debería haber entregado el interruptor en cuanto la experiencia terminó, pero no lo hice. 
Ahora yo también me hago llamar Granta.

Comentarios

Entradas populares