Lunes de diccionario. Mindundi.

mindundi
1. m. y f. despect. coloq. Esp. Persona insignificante, sin poder ni influencia.




Enrique Freríe, encargado de la selección de los nuevos espías del Gabinete, examinó al candidato que tenía frente así. 
Para ser sinceros, le había llevado un rato darse cuenta de que había entrado un señor en su despacho y se había sentado en la silla destinada a los entrevistados. 
Era un hombrecito de cabello gris y rosto pálido. Con un bigote efímero y unos ojos de ratoncillo tras unas gafas de montura también gris. Llevaba un traje perfectamente normal, tenía una pose normal y había entrado sin golpear la puerta ni arrastrar los pies. 
Enrique Frería calculaba que aquél hombre había estado sentado media hora antes de atreverse a carraspear. 
Incluso ahora, que ya había trascurrido media entrevista, era fácil olvidarse de que estaba allí.
Don Gallardo Aballe, jefe del Gabinete, entró en el despacho. 
—¿Y bien? ¿Dónde está? 
Enrique Freríe le indicó con un movimiento de cejas al hombrecillo gris. 
Don Gallardo Aballe giró sobre sí mismo y se sobresaltó.
—Ah, disculpe usted. No lo había visto —lo observó con más atención— Es prometedero ¿no?
—Por eso lo he llamado. 
Don Gallardo Aballe se sentó en una esquina de la mesa y leyó las notas de la entrevista. 
—Ningún trabajo destacable en los últimos quince años. Ninguna habilidad especial ni pasatiempos de interés. 
—Me gusta hacer crucigramas —intervino el hombrecillo gris, con una voz tan suave que ambos dudaron si realmente había hablado o no. 
—Por supuesto, por supuesto. Pero no es algo realmente interesante —respuso Don Gallardo Aballe. 
—No, supongo que no —reconoció el entrevistado. 
—Ningún escándalo en la familia. Apenas tiene usted amigos. Nunca ha salido del país. 
El hombrecillo gris se encogía en su sitio a medida que Don Gallardo Aballe enumeraba sus escasas cualidades. 
—Enrique, por Dios. ¡Tenemos delante un mindundi! —concluyó Don Gallardo Aballe muy impresionado. 
El hombrecillo gris carraspeó.
—En la oficina de empleo me dijeron que viniera aquí. Quiero decir que a mí nunca se me hubiera ocurrido. Disculpen las molestias. Me marcharé en seguida. 
—¿Y por qué haría usted algo así?
—Bueno, no me parezco mucho al resto de entrevistados —dijo el hombrecillo. 
Enrique Freríe sonrió.
—Es que esos hombres optaban al puesto de superagentes secretos. Mucho músculo, temperamento temerario, afición al riesgo. Usted a venido aquí por otro puesto de trabajo.
—¿Oficinista?
—No, hombre, no —Enrique Freríe negó vigorosamente—. Eso sería desperdiciar sus habilidades. Nosotros buscamos a alguien tan corriente que no deje la menor impresión. Alguien que pueda escuchar lo que se dice en una sala y al que nadie recuerde. Y usted es perfecto para eso. 
Don Gallardo Abel se inclinó hacia él. 
—Dígame ¿le gustaría ser espía?

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