Espejito


La recién casada contempla la estancia que su marido le ha cedido: cuatro paredes sin más adorno que una alcayata. Ni una chimenea, ni un fuego, ni una oquedad a la que llamar ventana. 

Nota el frío suelo de piedra a través de los escarpines, pero no le importa. El frío nunca muerde como lo hace el hambre.

No es la primera vez que la recién casada es una recién casada, así que sabe cómo pedir para obtener. Y esto es exactamente lo que ha pedido.

Hasta los quince años mintió, robó y mordió para conseguir lo que quería. Luego, descubrió que era bonita y que de todos los dones que tenía para ofrecer ese era el más valioso. A partir de ese momento medró al mismo ritmo que enterraba esposos hasta llegar a donde está ahora: en el castillo, sentada junto al rey. Ni siquiera tendrá que ver cómo se estropea su figura pues este rey ya tiene una heredera. 

En el patio de armas uno de los hombres de su marido descarga de un carro sus pertenencias. Es un cazador de mirada franca; la recién casada se pregunta cuánto tiempo tardará en corromperlo. 

Mentalmente, va distribuyendo por la estancia sus posesiones. Al llegar a la alcayata se detiene y dice con voz alta y clara: 

—Espejito, espejito mágico.


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