El 2024 en libros. Sobre lo que sucede cuando dos salen y uno entra.
Por aquello de hacer algo por las tardes que no sea únicamente languidecer delante de la televisión, decido hacer algo de utilidad. En este caso, una retrospectiva de los libro leídos en el año 2024; la típica entrada que los blogs especializados o, mínimamente serios, publican en diciembre o a comienzos del nuevo año. Pero todos sabemos que como reseñadora no tengo precio (porque nadie lo pagaría, la verdad) así que ni es diciembre ni comienzos del nuevo año.
También podría echar la vista atrás y hacer una retrospectiva de actividades, comidas, outfits (los modelitos de toda la vida), pero lo mío son los libros. Así que vamos allá.
Y antes de empezar (ya he dejado claro que como reseñadora dejo bastante que desear) un dato curioso. Como mi pila de libros pendientes de leer había alcanzado un tamaño bochornoso y amenazaba con desbordar el espacio que le tenía reservado en la estantería, a finales del 2012 decidí que había que ponerle solución y me puse reglas. Varias, la verdad, pero al final sólo cumplí una: sólo podía comprar un libro nuevo si antes había leído dos de mi lista de libros pendientes.
Funcionó muy bien.
Allá vamos.
El destramador de maldiciones, de Frances Hardinge.
Maravilloso, mágico y cruel, como todo lo que escribe. Me leería hasta sus listas de la compra.
Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi.
La confirmación de que los libros infantiles así, un poquito crueles, son muchísimo más entretenidos.
Los niños de Bullerbyn, de Astrid Lindgren.
El día a día de un grupo de niños en una pequeña aldea sueca. No tiene nada de cruel, pero sí mucho de nostalgia, de dulzura. Niñas que juegan con muñecas y niños que juegan a ser brutos. En los tiempos de hipercorrección política en que vivimos resulta refrescante.
Una vela al viento, de T. H. White.
Cuarto libro de la saga artúrica. Arturo es un rey bueno y justo. Lanzarote y Ginebra son insufribles. No es el más entretenido de la saga, pero está lleno de frases memorables. Para muestra: «El hombre es un ser con derechos, en general más bueno que malo».
El libro de Merlín, de T. H. White.
Un tratado político que incluye un Consejo de Animales. ¡Cómo no disfrutarlo! Merlín está maravilloso; Arturo, inconmensurable.
Yo Asimov. Memorias, de Isaac Asimov.
De vez en cuando, me da por leerme una biografía. Siempre son curiosas. En este caso me encontré con un hombre muy capaz, que no era partidario de la falsa modestia. Cito textualmente «¿Qué puedo encontrar más interesante que escribir sobre mí mismo?».
La era del capitalismo de la vigilancia. Soshana Zaboff.
Un ladrillo. No hay otra manera de describirlo. Un ladrillo en contenido, tamaño y peso que termine de leer por pura cabezonería. Si la empleara para otros propósitos, llegaría lejos.
El estrecho sendero entre deseos. Patrick Rothfuss.
Adoro a Patrick Rothfuss.
Patrick Rothfuss en un mal día sigue siendo Patrick Rothfuss, que es mucho más de lo que se puede decir del resto de escritores que no son Patrick Rothfuss.
Claudine casada, de Colette.
Deliciosa, coqueta, transgresora libre y despreocupada Claudine. Si adoro a Patrick Rothfuss, reverencio a Colette con todas las fibras de mi ser.
Claudine se va, de Colette.
Pero con todas, todas las fibras de mi ser.
Por cierto, contiene la mejor descripción de una migraña que he leído hasta el momento.
Más allá del viento del norte, de Georges MacDonald.
Imaginativo, dulce, triste. Un cuento de hadas victoriano, ligeramente moralizante, como todos los cuentos victorianos. ¡Qué se le va a hacer! Forma parte de su encanto.
Ensayos escogidos, de G. K. Chesterton.
Uno de esos libros que se compran en un arrebato, sin saber muy bien por qué. Lo que me pasa con Chesterton es que no lo entiendo todo, pero gusta escucharle.
El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett.
El primero de toda esta lista que no estaba entre mis libros pendientes. Pero El jardín secreto es uno de mis libros favoritos. Y los libros favoritos están para releerlos.
Titus Groan, de Mervyn Peake.
El descubrimiento del año. Por ahí lo describen como una fantasía gótica. Yo no creo que sea posible ponerle una etiqueta. Durante las primeras veinte páginas no tenía nada claro qué es lo que estaba leyendo y sujetaba el libro bien lejos, con una mezcla de atracción y repulsión. Luego me fascinó. Eso sí, me tuve que hacer una lista de personajes porque me superaban en número.
Limpieza, orden y felicidad, de Begoña Pérez (La ordenatriz)
Otro libro que tampoco estaba en mi lista de libros pendientes. Consejos de limpieza y orden. Pero, sobre todo de limpieza. Conseguí limpiar el fondo chamuscado de mi cazo favorito sólo con vinagre y bicarbonato. Un manual de fondo de armario, si es que tal cosa existe.
El largo viaje a un pequeño planeta iracundo, de Becky Chambers.
También fuera de lista. Entretenidísimo. Hacía mucho que no me leía un libro de una sentada.
Este año escribes tu novela, de Walter Mosley.
Adquirido en busca de una receta mágica en lugar de ponerme a escribir. Ni mejor ni peor que otros.
Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone.
Una relato epistolar que alterna personajes y saltos en el tiempo para contar lo que, en el fondo, es una historia de amor.
Norte y Sur, de Elisabeth Gaskell.
¿Cómo es posible que no lo hubiera leído hasta ahora? Una novela de época de las que me gustan a mi, con grandes personajes, grandes vicisitudes y un final feliz.
El viaje de Shuna, Hayao Miyazaki.
Es que también adoro a Hayao Miyazaki con todas las fibras de mi ser.
La formación de una marquesa, de Frances Hodgson Burnett.
Divertida, ingeniosa, sorprendentemente moderna para la época y muchísimo más moderna que algunas cosas que se leen ahora. Unas primeras páginas que contienen un relato afiladísimo de la tiranía de la moda que podrían aplicarse perfectamente hoy. Y tiene amor y aventura y drama y misterio. Y termina bien. ¡Qué más se puede pedir!
Unas galletas de muerte, de Joanne Fluke.
Lectura movida por la curiosidad de leer un ejemplo de lo que se llama «cozy mistery» (misterios acogedores). El equivalente a ver una película de sobremesa, ni alimenta ni hace daño. Leído uno no he vuelto a leer otro.
El mapa de Emily Wilde de las Tierras Extrañas, de Heather Fawcett.
Reencuentro con mi estimada Emily Wilde. Mi favorito sigue siendo el primero. Espero el tercero con ansia.
La guía de los baldíos para viajeros precavidos, de Sarah Brooks.
Tiene un viaje en tren, una corporación malvada, un elenco de personajes con claroscuros y una de esas estructuras que van saltando de un personaje a otro. Y pese a todo eso, y a una ejecución muy, muy digna, no me termina de hacer tilín. A veces la magia está en eso, en el tilín.
El gran timo de las hadas, de Félix J. Palma.
Escrito con oficio y con soltura, como todo lo que hace el autor. Un relato que mezcla timadores, gánsteres, hadas y los primeros años de la fotografía.
La civilización de la memoria de pez, de Bruno Patino.
Un ensayo cortito, cortito sobre los efectos de internet en la sociedad, en general, y en la memoria en particular. Lo dijo todo antes, hace ya unos cuantos años, Nicholas Carr en "Superficiales".
La canción de Aquiles, de Madeline Miller.
"Circe" me gustó mucho más. Aún así, una revisión del mito de Aquiles narrada con sabiduría, cariño y respeto por el original. Y muy bien narrada, por cierto. Si encuentro otro de Madeline Miller me saltaré mis reglas y lo compraré.
La religión woke, de Jean-François Braunstein.
Un ensayo, también cortito, sobre los contrasentidos y los absurdos de nuestros tiempos.
Una escritora en la cocina, de Laurie Colwin.
Libro de memorias divertidísimo sobre las aventuras y, en ocasiones, desventuras de una escritora en la cocina. Como sentarse a charlar un rato en la cocina de una amiga con un café. Imprescindible.
La dama desaparece, de Ethel Lina White.
Novela de misterio con todo el encanto vintage, que dicen ahora. Vamos, una novela de misterio de esas de época en la que la gente viajaba en tren, no existían los móviles, se enviaban y recibían telegramas y uno se arreglaba para cenar, aunque fuera en el vagón restaurante.
Un crimen con clase, de Julia Seales.
Misterio ambientado en los años de la regencia inglesa, con carruajes, sirvientes y mansiones en el campo. Sólo que aquí también hay sapos fosforescentes y un pantano misterioso. Incluye un código de conducta despiadado para ser una señorita de bien. Como las películas de sobremesa, pero más entretenido.
Fable, de Adrienne Young.
Piratas, romances, misterios familiares y búsquedas del tesoro pero sin el "tilín" que mencionábamos antes. Hacía mucho que no me leía una novela destinada al público juvenil y me ha recordado que estoy muy lejos del tramo de edad al que se dirige.
Los nombres muertos, de Jesús Cañadas.
Otra de mis escasa incursiones en la literatura patria. Bien ejecutado y muy entretenido. Me encanta cuando los protagonistas fueron personajes reales; en este caso, H. P. Lovecraft y compañía. El final me dejó un poco fría.
El caso Gloria Saunders, de Joël Dicker.
Ni para película de sobremesa. Hay veces en las que no se por qué me empeño en leer lo que leo.
La gran travesía, de Shión Miura.
Sobre la construcción de un diccionario y las vidas de quienes lo construyen. Pasuado y preciosista como sólo los autores japoneses saben serlo.
Sophie en los cielos de París, de Katherine Rundell.
Una fábula preciosa sobre la familia, la amistad y el valor y un canto a la cabezonería. Personas aprensivas con las palomas, ratas y escasa higiene personal abstenerse. Los niños, que son los destinatarios de este libro no son aprensivos. Ademas, como bien dice uno de los personajes, lo importante es tener la mirada limpia.
Abril encantado, de Elisabeth Von Armin.
En mi estantería hay una sección dedicada a locazas inglesas, té y pastas. Ahí encaja esta novela. Muy divertida y con su final feliz. Los maridos, por cierto, son secundarios. Las que importan son ellas.
Brujas de viaje, de Terry Pratchett.
Cuando el maestro escribe, el resto callamos. Hay que ser muy, muy bueno para hacer creer al lector que le estás contando una comedia y enredarlo con una reflexión sobre los cuentos de hadas y el libre albedrío.
Gormenghast, de Mervy Peake.
Inevitable después de leer a Titus Groan. Una rara excepción a la máxima que dice que segundas partes nunca fueron buenas. Esta es extraordinaria. Pocas veces he conocido a un autor tan inmisericorde a la hora de eliminar a sus creaciones. Tuve que recuperar mi guía de personajes y ampliarla.
A la caza del amor, de Nancy Mitford.
Otro añadido a mi sección de «locazas inglesas, té y pastas». Menos ligero de lo que parece al principio. El título no engaña; trata sobre la búsqueda del amor.
Los milagros de Namiya, de Keigo Higashino.
Una casa misteriosa ofrece la redención a tres ladrones. De nuevo, una novela pausada y preciosista.
Alma de bruja, de Vivianne Crowley.
Pues eso, que de vez en cuando me da por leerme una biografía. En este caso, de una «bruja» moderna. Poco de brujería y mucho de espiritualidad. Curioso, como escuchar una conversación a hurtadillas en el autobús.
Gengis Kan y la creación del mundo moderno, de Jack Weatherford.
Uno de mis favoritos. Una mezcla de biografía y ensayo histórico que leí como si se tratara de una novela. Lo voy recomendando por ahí sin mucho éxito hasta el momento, todo hay que decirlo.
De un plumazo. Las historias perdidas, de Terry Pratchett.
Una colección de relatos del maestro cuando todavía no era el maestro y el Mundodisco todavía no descansaba sobre el caparazón de una tortuga gigante que viaja por el universo.
La comunidad del anillo, de J. R. R Tolkien.
Una relectura que tenía pendiente desde los doce años. Fue leer «Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centésimoprimero...» y estar dispuesta a que el señor Tolkien me contara lo que quisiera. Por supuesto, no recordaba nada.
Muerte en la vicaría, de Agatha Christie.
La señora Christie puede contarme lo que quiera que la escucharé. Es ingeniosa, vivaz, deslengüada y con un pizca de maldad. ¿Cómo no quererla?
El enigma de la cripta, de Jonathan Stroud.
Último volumen de la aventuras de Lockwood & Co. Jonathan es un gran narrador y un creador muy solvente de mundos similares al nuestro que no terminan de ser el nuestro. Aunque sea una novela juvenil, sí tiene el «tilín».
Jonathan Srange y el señor Norrell, de Susanna Clarke.
Si adoro a Patrick Rothfuss (y a Hayao Miyazaki) y reverencio a Colette, me postro a los pies de Susanna Clarke. Y es que hay que ser muy buena para escribir que un vestido tenía el color de la congoja y que tenga todo el sentido del mundo.
No diré nada de Jonathan Srange y el señor Norrell que no se haya dicho ya. Monumental obra de ficción. Historia de dos magos ingleses en disputa. Homenaje a las novelas de Jane Austen y Dickens. Abundantísimas notas a pie de página que añaden una capa más de profundidad a la historia. Prosa deliciosa. Caracterizáción afiladísima de todos sus personajes, sean principales, secundarios o meramente anecdóticos.
Relectura pendiente desde el año 2005 y creo que este año lo releeré otra vez. Me llevó casi un mes leerlo, pero lo hice tan, tan a gusto. Como imagino que los que entienden de vinos beben, sorbito a sorbito, así lo leí yo, paladeando cada palabra, cada frase, volviendo atrás para repasar pasajes. ¡Cómo lo disfruté!
Las damas de Grace Adieu, de Susanna Clarke.
Colección de relatos cortos ambientados en el mismo universo que el anterior. Me hace pensar que los grandes libros deberían venir siempre con otro que les hiciera compañía.
Internet me informa de que la autora ha publicado otro libro en ingles. Ni qué decir tiene que me lanzaré a por él en cuanto lo publiquen.
Abrazado la revolución, autoras varias.
Una curiosidad de esas que se encuentran por internet. Una recopilación de relatos de fantasía y ciencia ficción que han sido premiados en diversas ediciones de los premios Hugo, Ignotus, Nébula, Bram Stocker... Vamos, lo mejorcito del sector. Me alegró encontrar un lugar en el que leerlos.
El castillo ambulante, de Dianna Wynne Jones
Termino mis lecturas del 2024, como las empecé. Con la convicción de que los libros para niños tienen que ser maravillosos, mágicos y un poquito crueles. Magos, demonios, brujas, maldiciones y mucha limpieza de un castillo muy sucio.
Y fin.
En las pocas semanas que han transcurrido desde el comienzo de las vacaciones de navidad hasta ahora me las he arreglado para volver a llenar mi estantería de libros pendientes. Aunque menos, todo hay que decirlo.
Se imponen medidas drásticas.
De todas formas es imposible seguir el ritmo de las novedades editoriales y la calidad es bastante irregular últimamente. Así que he pensado, con un ejercicio de lucidez impensable hace no mucho, dedicarme a disfrutar de los libros que disfruté en su día.
Por supuesto, no descarto incumplir mi propia norma de vez en cuando.
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