Crónicas del verano. Un puñado de decisiones sensatas tomadas fuera de temporada.
Cuando a mediados del mes de junio se alcanzan los cuarenta grados lo más sensato que puede hacer una es echarse a temblar pensando en agosto, recogerse en casa con las persianas bajadas, el aire acondicionado a punto y el ventilador estratégicamente situado y procurar no moverse. Hibernar, pero a la inversa.
Por supuesto, yo hice todo lo contrario.
En primer lugar, visita a la dermatóloga, donde a una pregunta de lo más sencilla («Me podría quitar estas verruguitas del cuello?»), le siguió un ejercicio de profesionalidad y eficiencia con un bisturí eléctrico que tuvo como resultado a mi, sin verrugitas, pero con el cuello moteado de heridas, instrucciones de aplicar betadine y de protegerme del sol.
«Estas cosas se hacen en invierno» —me dijo la doctora al despedirme.
No discutí con ella. Cuando alguien tiene razón, la tiene.
¿Y qué debe hacer una persona con el cuello dolorido y la advertencia de alejarse del sol cuando hay cuarenta grados a mediados del mes de junio?
Recogerse en casa, con las persianas bajadas, el aire acondicionado a punto y el ventilador estratégicamente situado y procurar no moverse.
¿Qué hice yo?
Ponerme un vestido de tirantes, un pañuelo al cuello y lanzarme a la calle con una pinta de lunática insuperable.
¿Necesitaba chucherías para la Marquesa?
Si, sin duda, siempre. La Marquesa tiene sus necesidades y yo estoy muy bien entrenada.
¿Necesitaba comprarlas a veinte minutos de mi casa?
No. En absoluto.
¿Necesitaba una mochila nueva?
Si, sin duda.
¿La necesitaba ya?
Probablemente no. Incluso aunque uno piense que como total el tiempo no va a mejorar en los meses venideros mejor hacerlo ya.
¿Necesitaba dos libros nuevos?
No.
No rotundo. Aún tomando en cuenta el hecho de que son mis adorados Edmund Crispin y Josephine Tey y que el verano es la época ideal para resolver asesinatos y misterios, mi presencia en la calle era del todo innecesaria.
Resumiendo: pasé calor, me dolieron los pies, me compré un granizado de frambuesa, me miraron raro y me ajusté el pañuelo con mucha dignidad.
PD: la Marquesa devora sus chucherías nuevas.
PPD: Como mi percepción cromática se limita a la caja de seis de Alpino, elijo los colores por el nombre que les ponen. Me vine a casa con una mochila de color «foliage green and peach sand», o lo que es lo mismo «follaje verde y arena melocotón». ¿Cómo no la iba a traer conmigo?
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