Crónicas del verano. Septiembre
Pues esto. Septiembre. Por fin.
Me he pasado el mes de agosto sudando, resoplando y asomándome a los últimos días del mes, atisbando el calendario y preguntando «¿Septiembre¿ ¿Estas ahí?» con voz desmayada.
En su defensa diré que septiembre siempre llega, con sus mañanas frescas y sus noches tempranas. Y con él llegan los últimos veraneantes, arrastrando los pies, renegando del comienzo del colegio, del trabajo, de la rutina.
De pronto todo es un buscar cazadoras que abriguen un poquito más. Comienza la caza de libros de texto (mal mes para acercarse a las librerías), la búsqueda de clases de gimnasia porque hay que rebajar un poco los excesos del verano antes de que se junten con los excesos del invierno y la báscula del baño se ponga a chillar. Y dónde puse la tarjeta del autobús, que no me acuerdo. Y cómprame unas tiritas que parece que estos zapatos cerrados ahora me rozan.
A mi me gusta septiembre. Es la puerta a ocubre y a noviembre. Es un mes de transito, indeciso, juguetón, que tan pronto te sorprende con un chubasco como con un sol de justicia, que va llenando las calles de hojas secas y los armarios de mangas largas.
Yo hago lo que puedo por conjurarlo. Cambió los tés de verano por tés de invierno en los armarios de la cocina. Subo las chaquetas al primer cajón de la cómoda y bajo las camisetas de tirantes. Despido los briks de gazpacho y doy la bienvenida a las sopas de sobre, que sé que no son sanas, pero a mi me reconfortan una barbaridad.
Este año añado un extra al conjuro. Se ve que agosto me ha dejado agotada. Eso y las campañas de marketing de comienzo de curso, que cada año son mejores y yo más débil. Así que compro guirnaldas de hojas secas para poner por las estanterías, setas de fieltro para colgar del pomo de las puertas, bellotas de papel para adornar las mesas. Puede que fuera todavía lleguemos a treinta grados, pero declaro mi casa zona otoñal, a medio camino entre la ofrenda y la resistencia.
Y hago listas, por supuesto. Me encanta hacer listas. Listas inmensas, larguísimas, que nunca completo pero que me entretienen enormemente.
Una falda con tul (a saber de dónde me vienen las ganas de tener una falda con tul), unas manoletinas de terciopelo (si soy sincera, ahora mismo me entran calores sólo de pensarlo), un jersey color mostaza y otro de color rojo (todo lo que tengo es marrón clarito. Beige, que dicen los entendidos), un abrigo de paño bonito (tengo uno, pero no me parece bonito).
Sigo con las listas. Ray Bradbury y su feria de las tinieblas y algo de Poirot (siempre Poirot). Magia práctica, de Alice Hoffman, se publica este octubre y cuando me enteré chillé igual que hubiera chillado con diecisiete años, cuando vi la pelicula. También se publica El bosque en pleno invierno, de Susanna Clarke y pienso atrincherarme en al puerta de la librería el día que lo saquen para hacerme con uno. Y alguna relectura: Jane Eyre y Sherlock Holmes, por ejemplo. Y algún desconocido: Georges Perec e Italo Calvino, llevan en mi lista todo el año.
He encontrado una receta de galletas con sirope de arce. No sé a qué sabrán pero el sirope de arce suena muy otoñal. Por si acaso ya lo he comprado. También he comprado un kit para hacer una seta de ganchillo. Por supuesto no sé hacer ganchillo, pero ya he dicho que este año me ha dado por conjurar el otoño, a ver si así consigo que llegue antes. Y dicen por ahí que en internet se puede aprender de todo.
Y por las noches Sólo asesinatos en el edificio, Arsénico por compasión, cualquier cosa de Hitchcock, Hayao Miyazaki en bucle, La bruja novata, Willow, un poquito de Wes Anderson y otro poquito de Jean-Pierre Jeunet.
El día que pueda sacar las mantas daré una fiesta. Regalaré bellotas y castañas y serviré chocolate caliente.
En la imagen Shirley MacLaine en «Pero... ¿qué mató a Harry?». Nada que ver con la realidad, pero muchísimo más estilosa.
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