Sobre grandes cosas pequeñas

Esta mañana, al preparame el desayuno, he descubierto que las tostadas estaban rotas. Prácticamente todas.
Mala señal.
A mi manera soy un tanto supersticiosa (de superstición: creencia contraria a la razón). Los bolígafros de mi estuche deben apuntar todos en la misma dirección; si tiro la leche del desayuno, el día saldrá torcido. Igual que si encuentro rotas las tostadas del desayuno; entonces el día saldrá "roto".
Y si, he tenido una mañana de trabajo horrible. Tensa, agobiada y con algunos gritos, no míos, por cierto.
He vuelto a casa. Mejor dicho. Me he subido por las paredes de camino a casa. Me esperaba mi cosita blanca, T. Unos cuantos lametones y mi ánimo estaba menos revuelto. Un paseo por el parque, mirándome él con sus enormes ojos oscuros, mirándole yo con arrobo, y mi ánimo seguía mejorando.
Una mirada al suelo, a sus patas y allí estaba. La imágen idílica típica: una mariquita correteando sobre una brizna de hierba.
¿Qué quieren que les diga, queridos desconocidos? Era una mariquita bonita, con un caparazón brillante que me ha hecho pensar en la mariquita bruñéndolo con esmero con un trapo de gamuza antes de salir de casa. Tanto brillaba que reflejaba la luz. Y tenía unas preciosas y perfectas motitas negras y unas primorosas patas, negras también, que movía a toda velocidad.
¿Han leído un libro llamado "El dios de las pequeñas cosas"? Lo escribió Arundhati Roy. Lo leí hace tiempo. Si recuerdo bien, cuenta la historia de una familia india (india de la India, no de Norteamérica), con un secreto, con continuos saltos adelante y atrás en el tiempo, con la lente puesta, precisamente, en los detalles, en las cosas pequeñas que, como no podría ser de otra forma, tienen un Dios propio.
Búsquenlo en las librerías, todavía se puede encontrar y merece la pena.
Mi ánimo, por cierto, sigue revuelto. Motivo por el cual estoy frente a la pantalla del ordenador en lugar de estar frente a mis apuntes.

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