Cómo conocí al padre Brown

Al modo de las muñecas rusas, en el pueblo en el que trabajo hay una plaza, en la plaza un bar y en el bar, un cajón de libros liberados.
Y allí, una mañana a la hora del café, entre tomos de Camús en tapa dura y dos novelas históricas sobadas estaba "El candor del padre Brown", de G.K. Chesterton.
¿Imaginaron alguna vez que pudiera existir un detective más atípico? El padre Brown es sistemáticamente descrito como un curita con la sotana arrugada y sucia de barro, el rostro redondo y amable y la mirada perdida en detalles que no tienen nada que ver con el crímen en cuestión. O eso parece.
Además, lo acompaña un criminal reconvertido en detective privado llamado Flambeau, alto y recio, para acentuar más el contraste.
El candor del padre Brown contiene una docena exacta de relatos de misterio, con la medida justa para leer uno cada noche. Son entretenidos, el dibujo de los personajes es peculiar y la forma de resolver los misterios es diferente. No esperen el racionalismo de Sherlock Holmes ni vayan en busca de pistas. Sólo confién en que el padre Brown los llevará a la pronta solución del crimen.
En cuanto a mí, ahora que he terminado el libro ¿qué debo hacer?. Es un libro "liberado", lo que significa que lo correcto sería volverlo a poner en circulación para que otros disfrutaran de él. Y sin embargo, me resisto a retirarlo de la estantería. Creo que en cualquier momento me encorvaré sobre el libro con el rostro ceniciento, lo acunaré en mi regazo y salmodiaré "mi tesssssoooro".

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