"El gozo de escribir", de Natalie Goldberg, y "Pájaro a pájaro", de Anne Lamott.

Cuando era pequeña me imaginaba que un escritor era alguien que se sentaba frente a una máquina de escribir y escribía. Comenzaba por el capítulo uno e iba tecleando un folio tras otro, serenamente y en orden, hasta llegar al último capítulo. Entonces, lo añadía a la pila de folios perfectamente mecanografiados que tenía junto a la máquina de escribir, lo metía en un sobre de papel de estraza y lo enviaba a una editorial. Fin.
Cuando empecé a escribir, mi escritor imaginario subió al pedestal de los semidioses porque yo me sentaba a escribir y el proceso creativo no salía exactamente como había imaginado. Yo me sentaba frente al ordenador (cuando me dio por escribir, ya los habían inventado) con una idea maravillosa en mente, nítida y revolucionaria. Comenzaba por el capítulo uno e iba tecleando una línea tras otra hasta atascarme al comienzo del capítulo segundo. "Torpe" me decía. Entonces, abría otro documento e iniciaba el capítulo siete, que no se por qué veía con claridad, y lo imprimía muy orgullosa. Por supuesto, luego debía meditar cómo llegaba de mi capítulo uno al capítulo siete. Releía el capítulo uno y lo encontraba manido y torpe, nada revolucionario, desde luego. Así que decidía volver a empezar diciéndome de nuevo "torpe", me azotaba con mis libros de Roald Dahl y Michael Ende. 
Las ideas que yo veía nítidas se volvían escurridizas, las frases sonaban pobres y pesadas, igual que el ruido que hacen unos zapatos empapados. Era incapaz de poner por escrito lo que yo quería para que sonara como yo quería ¿Qué demonios me habían estado enseñando en el colegio?
Acudir a la sección de "Escritura Creativa" de las librerías ayudó, pero no me consoló. Había libros que hablaban de ejercicios, prácticas, técnicas. Pero no hablaban de la torpeza mental, de la certeza de que no tiene tanto talento para la escritura como un trozo de piedra pómez.
Por eso fue un consuelo encontrar dos libros que devolvieron a mi escritor imaginario-semidiós al reino de los mortales. 
El primero fue "El gozo de escribir", de Natalie Goldberg. Es un libro de apenas doscientas cuarenta páginas, divididas en capítulos de dos o tres páginas que contienen consejos básicos y revolucionarios, contrarios a todo lo que se enseña en el colegio. Por ejemplo, escribir un determinado número de páginas cada día, sin importar la calidad, olvidar los márgenes, la ortografía y darse permiso para apestar, para escribir basura.
El segundo libro fue "Pájaro a pájaro", de Anne Lamott, que contiene consejos como escribir un primer borrador de mierda o ponerse pequeñas tareas (por ejemplo,  trescientas palabras al día).
Y, lo más importante, las dos cambian la imagen que yo tenía del escritor. Resulta que es alguien que escribe (ojo, he dicho "escribe", no "publica") y que mientras lo hace (o intenta hacerlo) se balancea desesperado en busca de la inspiración, se pelea con las palabras, duda de su talento y se convence de que es tan malo, tan malo que deberían prohibirle el uso simultáneo de un lapicero y de un papel.
Por lo visto, no soy la única que se pelea con las palabras y que se llama "torpe". Me consuela.

Comentarios

  1. Estoy intentando escribir un comentario desde el bar del pueblo.
    Acabo de hacerme seguidor y no sé qué significa eso.
    Tal vez sea difícil, costoso y dé "miedo" el escribir. Pero, por el contrario, la disposición del que lee es todo lo contrario. Podría decirse que es más afortunado el lector? o no?

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    Respuestas
    1. Pues no sé si el lector es más afortunado... Según lo que le toque leer, no lo es.
      Un beso muy grande.

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