El verano, en libros.

Comencé el verano leyéndome "El viaje de Teo", de Catherine Clemente, un viaje a través de las principales religiones del mundo protagonizado por un niño, Teo, y su excéntrica tía. Una buena forma de repasar las religiones, aunque es recomendable disponer de tiempo y de paciencia para recorrer sus más de quinientas páginas. 
Le siguió "El Circo de la Noche", de Erin Morgenstern, actualmente en relectura. Para la reseña, ver más abajo.
El viaje a Mallorca lo hice con T. metido en una bolsa, en una mano y con "El libro del cementerio", de Neil Gaiman, en la otra. Probablemente no es muy buena idea leer en un avión un libro ambientado en un cementerio y en el que la mayoría de los protagonistas son los habitantes de dicho cementerio.
En la playa, "Westwood", de Stella Gibbons. Muy británico: tazas de té, sándwiches de pepino, conciertos de música clásica por la radio y cartillas de racionamiento. Ambientado en Londres durante la Guerra narra la vida de una joven soñadora y fatua y cómo va madurando a través de desengaños. ¡Qué ganas de darle un sopapo a la protagonista!.
Durante las tardes largas y calurosas, la colección completa de relatos del Padre Brown, de G.K Chesterton. No sé por qué, pero parece que el verano está hecho para leer novelas policiacas de antes de 1950. 
A modo de aperitivo, "La dama de la furgoneta", de Alan Bennet. Recomiendo leerlo a pellizcos porque es un libro muy, muy breve, apenas 90 páginas, pero delicioso. Mediante breves notas cuenta la convivencia entre Alan Bennet, guionista y dramaturgo de prestigio, y la dama loca que se instaló a vivir su furgoneta en el patio de su casa durante quince años. 
A la vuelta de vacaciones, "Flora Poste y los Artistas", de nuevo de Stella Gibbons. Pobre libro. Tuvo mala suerte. Me acompañó mientras esperaba para entrar en un examen. Devoré medio libro entre nervios y angustias. Luego se quedó sobre la mesilla de la mesa. Como mis libros se embeben del ambiente en el que se leen, al verlo recordaba irremediablemente el examen. Así que cada noche durante casi un mes le decía al verlo "Ay, no. Lo siento. No puedo" (sepan, lectores, que hablo con mis libros) y me iba a buscar un Astérix. El fin de semana pasado me sacudí de encima los recuerdos y lo terminé. ¡Es maravilloso! Digna secuela de la primera parte "La hija de Robert Poste". Si aborrecí a la anterior protagonista de Stella Gibbons (ver arriba), a Flora Poste la idolatro. Es sensata y pragmática hasta el absurdo. A modo de ejemplo, transcribo el siguiente párrafo:
"(Flora Poste) inmediatamente decidió proseguir con su modo de proceder acostumbrado cuando se veía enfrentada a una situación inesperada y desagradable: a saber, continuar en silencio con lo que estuviera haciendo y sin importarle en absoluto lo que pudiera ocurrir"

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