Sobrellevar el calor, según T.

Estoy cansada de tener calor. 
Como las situaciones extremas llevan a pensamientos extremos, hoy he tenido una revelación. Los animales son sabios. Tienen eso que llaman instinto, que por lo visto nosotros hemos perdido en algún momento del paso de un homo...pitecus a otro homo ...pitecus. El caso es que los animales saben, instintivamente, como protegerse del calor. Y yo vivo con T., que es un animal. 
Así pues, decido imitar a T. en todo lo que hace.
T. pasa la mayor parte del día dormitando en el suelo. Es un buen punto de partida. Debo aclarar que cuando hace calor T. no se tumba de cualquier manera. No. Él se coloca de tal forma que cubra con su cuerpo el mayor número de baldosas. Me tiro al suelo y trato de tumbarme igual que él. No es fácil. T. es pequeñito y flexible. Yo ya mido un metro setenta en una posición ortodoxa, así que tumbada y con los brazos extendidos tengo una envergadura similar a la de la garza real, que es un bicho flaco, grande y desmañado. De todas formas, lo intento. Las piernas largas en paralelo al sofá, un brazo bajo la mesilla, el torso cruzando por las patas del reposapiés y el brazo izquierdo junto a la televisión. Oh, el frescor es inmediato. 
T. y yo permanecemos así hasta que T. se sienta y me mira sin pestañear. Es hora de pasear. Me incorporo con esfuerzo. Noto las articulaciones flojas. En la calle hace calor, pero T., sabio como es él, me indica con una demostración práctica que debo revolcarme en el césped. Compruebo aliviada que es más fácil que tumbarse sobre las baldosas. Sólo hay que tirarse patas arriba y frotar las espalda con energía, al tiempo que se deja caer la lengua por el lado derecho de la boca.  Cuando me levanto tengo el vestido verde, la espalda fresca y el pelo lleno de briznas de hierba. 
De vuelta en casa T. corre a beber agua de su cuenco. Por aquello de respetar la escala, lleno un barreño azul de agua, lo pongo junto al cuenco verde de T. y lo imito. Trago más agua por la nariz que por la boca, pero el resultado final es gratificante. 
Por la noche no refresca. El aire parece estancado y siento deseos de removerlo con un cucharón para crear algo de corriente. En lugar de eso me arrastro tras T. bajo la cama. Hay pelusas. Tal vez sea el cansancio acumulado, pero no encuentro el suelo tan confortable como la primera vez. Uno de los inconvenientes de ser flacucha es que los huesos son prominentes, así que ahora las baldosas lisas se me clavan en todos los huesos salientes. Me hago con una almohada y T. me regala un lametón en la oreja. 
A la mañana siguiente noto la boca rasposa y ya no hay pelusas bajo la cama. Debo de habérmelas tragado por la noche sin querer.
Con dificultad ruedo hasta quedar sobre la alfombra. Crujo cuando me pongo en pie y detecto algunos cardenales al vestirme. El pelo se me ha enredado en torno a las briznas de hierba y parece un nido en ruinas.
Hoy dejaré a T. en el suelo, cubriendo la mayor parte de las baldosas y, con un vaso de té helado, me tumbaré en el sofá mullido a pasar calor. 

Comentarios

  1. Ja, ja!! ¡Qué divertido! ¿Hay documento gráfico? ¡Lo quiero ver1 Espero que ya no estés pasando tanto calor. Espero el escrito del taller. Un beso de todos

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares