Dos microcuentos involuntarios.

(Resulta que cuando hago ejercicios del taller, me salen microcuentos sin pretenderlo).

   Microcuento 6

De niña subía a la azotea con madre. Allí alineaba cuidadosamente mis muñecas y mi hermano Marco me miraba con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, conteniéndose, hasta que no podía más y las dispersaba de un manotazo. Yo lloraba y padre le reñía y decía que ya era hora de marcharse; entonces era madre quien lloraba.
Es curioso cómo de niños consideramos que las cosas cotidianas son normales. En mi caso fueron los juegos en la azotea con Marco, madre subiendo gruesas rebanadas de bizcocho de chocolate y padre sorprendiéndola por detrás para darle un abrazo. Quizá por eso no fue hasta que cumplí seis años cuando me di cuenta de que no era normal que cada anochecer madre y yo bajáramos por la escalera, y  que padre y Marco alzaran el vuelo desde la azotea. 

Microcuento 7

Fermín guardó la navaja en el bolsillo trasero, se aupó hasta la cancela del corral, se quitó las botas del capataz y las arrojó lejos para después ponerse las suyas. Satisfecho, contempló la pradera. Una hilera de pisadas en la nieve la recorría como una costura. Hubiera sido una imagen bonita de no ser por la sangre. 


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