Un día de tormenta con T.


Hoy hay tormenta. Desde las cuatro de la tarde. Una tormenta seca, en realidad. Llevamos cuatro horas escuchando truenos a lo lejos, que suenan como si alguien rascara dos montañas con saña. Y tenemos una nube gris justo encima que no deja caer más que cuatro gotas gordas y frías. 
A T. no le gustan las tormentas. Jadea, agacha la cola y se esconde en el armario. Si está muy asustado viene al sofá conmigo y se sube al respaldo y allí, en precario equilibrio, jadea un poco más y pone cara de pena. 
Para colmo de males hoy es lunes y mi calendario me indica que, además, es día de limpieza. Así pues T. lleva una tarde de tormenta especialmente mala. A la falta de mimos hay que añadir que he recorrido la casa frotando los muebles con el trapo del polvo, he recogido las alfombras, quitado fundas, descolocado sus juguetes y he desordenado las sillas. Eso sí, no he pasado el aspirador que hace que corra a la parte más alejada de la casa. En lugar de eso, he pasado la fregona y, claro, luego he tenido que abrir las ventanas para que secara. No ha sido una buena idea. Hay tanta humedad fuera que no seca y los truenos resuenan más. 
En resumen. He terminado la tarde con una casa limpia y un perrito muy nervioso y agotado. Creo que se ha ganado un quesito para cenar. 

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