Farenheit 451, de Ray Bradbury


Farenheit 451, de Ray Bradbury. Ediciones Minotauro.


En un futuro impreciso, ya nadie lee libros. Ya nadie habla con nadie. Nadie observa, nadie escucha. La gente vive absorta entre cuatro paredes convertidas en pantallas de televisión, alienados, insensibles y felices. Todo el mundo sabe, o intuye, que pensar, dudar, duele. ¡Qué mundo tan maravilloso es ese, carente de dolor!

Nuestro protagonista, Guy Montag, tiene una profesión muy importante. Es bombero. Quema libros. Hasta que los libros lo queman a él. Los recoge subrepticiamente de sus redadas, se los escamotea al fuego y los oculta en su casa sin decidirse a leerlos. 

Hasta que llega el día en que todo cambia.

A diferencia de las distopías actuales, Montag no provoca una revolución. El régimen no cae y la población sigue igual de ciega que siempre. 

Por supuesto, queda una puerta a la esperanza. Débil. Oculta en los libros memorizados por una resistencia débil y dispersa que aguarda pacientemente su momento de actuar dentro de meses, años o generaciones. 

Un libro precioso, incómodo, clarividente.

La edición que compré, de Minotauro, incluía también un breve ensayo del autor sobre cómo escribió el libro (alquilando una máquina de escribir en el sótano de una biblioteca a cinco centavos la media hora) y dos relatos: "El parque de juegos" y "La roca gritó". 

Los dos son relatos densos, de los que escuecen e incomodan. De los que no quieres seguir leyendo porque se diría que con cada párrafo el autor remueve una costra seca. Hace falta tiempo para asimilarlos y digerirlos. Yo terminé de leer el libro, lo dejé sobre la mesa y me alejé de él. Esta mañana, ya más serena, lo he cogido de nuevo.

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