Cumpleaños


Kebo se despierta cuando la alarma avisa del amanecer. En el espacio, en una nave que salta sistemas solares sin cesar, el amanecer es algo ficticio. Aún así, en la Nereida rige el horario del hogar. Esto provoca con frecuencia desajustes con los ritmos de los planetas a los que arriban, pero no es nada tan serio que no se pueda solucionar con unas cuantas tazas de café. Kebo nunca se queja; saber que aquí, en esta nave vieja y agotada, amanece a la misma hora que en casa hace que el desarraigo no duela tanto. Sobre todo hoy. 
Hoy es su cumpleaños. 
Kebo se sentiría desolada si supiera que no podrá celebrarlo como lo ha planeado. Pero ahora todavía no lo sabe, así que se levanta de un salto, se calza las botas y se echa por encima un jersey viejo, tan grande que le llega por las rodillas. Cuando lo heredó del capitán le cosió las mangas para que no le molestaran. El olor a hojas de Madagascar fue más complicado de quitar. Incluso ahora puede percibirlo cuando entierra la nariz en el cuello.
Se dirige en la cocina mientras la nave permanece en silencio. Por las noches el capitán deja los motores al ralentí, para ahorrar energía, lo que hace que la Nereida se deslice con tanta suavidad que se diría que permanece inmóvil, atracada en cualquiera de los muelles de poniente. El capitán también baja la temperatura por las noches así que Kebo puede ver cómo su aliento se condensa. Tampoco eso le molesta porque el clima del hogar es frío.
En la cocina enciende la luz. Tras un parpadeo, el zumbido de los halógenos rompe el silencio. En una taza hecha dos cucharadas de leche en polvo, café granulado y azúcar líquido y vierte agua caliente hasta el borde. Removiendo con cuidado se dirige hacia la cabina de mando. 
Arranca los motores con un doble placer: despertar a sus compañeros antes de tiempo y dirigirse a Atlantis III.
—¡No podías esperar! —gruñe Siro, el mecánico, por el intercomunicador. 
—Quiero estar ahí en cuanto abran paso —responde Kebo. 
—¡Por todos los dioses sagrados, Kebo! Para eso faltan horas todavía. Después de la noche que hemos pasado lo único que quiero es dormir hasta que me salgan llagas ¡Capitán! ¿No puede encerrarla en la bodega o algo así?
La voz del capitán surge soñolienta por el altavoz. 
—Os encerraré a los dos si no os calláis. Y tu, Kebo, haz el favor de dejar quieta la Nereida. Si por tus prisas llamamos la atención de una patrulla te arrojaré al espacio sin protección.
—Quiero estar ahí en cuanto abran paso —insiste Kebo cabezota—. El año pasado perdí la mitad de mi turno en la alfombra de hexágonos porque Siro se quedó atascado en la cola de aterrizaje. Llevo todo el año ahorrando y no pienso perder ni un solo minuto. 
Siro gime una protesta. Algo sobre un falo en el propulsor izquierdo que le hizo salirse de la cola. Luego corta la comunicación. 
El capitán se ríe por lo bajo. 
—Feliz decimoséptimo cumpleaños, niña —le dice a Kebo.
Kebo se arrellana en la butaca y contempla cómo la Atlantis III se va haciendo cada vez más grande. Es una de las mejores estaciones: tiene talleres, tiendas de suministros y tabernas. Tiene un nivel para naves respetables y tres niveles para las que no lo son. Pero a ella le que más le gusta es la alfombra de hexágonos, en el quinto nivel. 
Si tuviera que elegir un lugar en todo el universo conocido sería ese: una estancia, grande como una pista de aterrizaje, enteramente dividida en hexágonos y en cada uno, un árbol de verdad rodeado de césped, también auténtico. Los hexágonos incluso tienen lombrices y caracoles. Y huele a hierba y a humedad y a tierra. Es el único lugar en toda la estación en el que huele a algo que no es metal ni aceite de motor. 
Los árboles crecen de año en año. Incluso dan frutos, que se venden por unas cantidades que las ganancias de la Nereida de todo un año no podrían cubrir. El cumpleaños de Kebo coincide con la floración de los almendros así que confía en poder coger unos cuantos pétalos del hexágono que ha reservado. 
Mueve los dedos de los pies dentro de las botas. Anoche se pintó las uñas de negro y rojo, los colores de la Nereida. Piensa enredar los pies en la hierba del primer al último minuto de su turno y piensa mancharse tanto de tierra que tardará una semana en quitársela de debajo de las uñas. Piensa recorrer todas las grietas de la corteza del árbol que queden al alcance de su manos. Con un poco de suerte puede que este año haya abejorros zumbando de hexágono en hexágono. 
Le da igual cuánto pueda gritar Siro. Incluso le da igual el cadáver que hay escondido en la bodega. Lo único que quiere hoy es su hexágono. 
Eso, y la tarta de cumpleaños que el capitán ha escondido en la cámara de refrigeración del motor. 

Comentarios

Entradas populares