Segundas impresiones.


Estaba ahí, plantado ante la puerta. Llevaba un traje con los perfiles afilados y tenía la mirada confiada de quien no se imagina que estorba. A sus pies zumbaba una cosa llena de remaches con unas alas desproporcionadas.
—Eusebio Cortés. Ingeniero y emprendedor —se presentó, tendiéndome la mano. 
Y a mi, que la mano se me afloja en los saludos formales, me cayó mal de inmediato.
—¿Qué me diría si le dijera que puede tener todo el pueblo a sus pies? —preguntó con entusiasmo. 
—Le diría que ya lo tengo a mis pies cada vez que salgo a la calle —intenté cerrar la puerta, pero la cosa avanzó hasta posarse en el quicio.
Eusebio no flaqueó.
—¿Pero que me diría si se le dijera que puede tenerlo en alta definición, con todo lujo de detalles? Planos aéreos inmejorables, recién salidos de la cámara de MILA esta misma semana. 
—¿MILA? 
—Microcámara Inteligente de Largo Alcance. Mi dron. Lo he diseñado yo —me aclaró mirando con cariño la cosa que me seguía bloqueando la puerta. 
 —Mire. No necesito nada. No tengo sitio. No me interesa. No tengo dinero en casa. Escoja lo que quiera.
—No me diga que no —sonrió zalamero—. Uno no sabe lo que necesita hasta que lo tiene delante. Mire, haremos una cosa. Le dejo la panorámica para que se haga una idea de cómo quedaría en su pared. Yo sigo con las visitas en este edificio y cuando termine paso a recogerla—me puso en los brazos lo que parecía el mantel enrollado de una mesa de banquete—. Pruebe a ponerlo en la pared del pasillo y verá qué bien queda. Y le dejo también un CD con las fotografías. Así podrá ver que el grado de detalle que consigue MILA. Es impresionante. 
MILA se retiró. Concentrada como estaba en cerrar la puerta antes de que Eusebio Cortés me tendiera la mano por segunda vez, el plano se me cayó al suelo. 
Algorba se desenrolló por el pasillo. Tuve que reconocer que la imagen era muy nítida. Identifiqué sin problemas mi edificio, con su depósito de agua oxidado; las prendas de ropa puestas a secar en los tendederos, el palomar del maestro. En la azotea de la casa del Alcalde distinguí el verde de las macetas y las siluetas de los que tomaban el sol abrazados en el suelo. 
Pisé el plano para llegar al ordenador e insertar el CD. Un zoom después confirmé que una de las siluetas era la del Alcalde, que la otra no era la de su mujer y que ninguna de las dos llevaba ropa.  
Salí corriendo a por Eusebio. 
Al final ha resultado ser un buen chico. Nos va muy bien. Eusebio se ocupa de tomar las fotos y yo de recortar las letras de los periódicos, componer las cartas y enviarlas. La gente se cuida mucho de bajar las persianas cuando hacen algo que no deben, pero nunca miran al cielo cuando están en las azoteas. Ni en los descampados Ni en los aparcamientos. Ya casi hemos agotado los contornos y estamos pensando en trasladarnos a otra zona.

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