Lunes de diccionario. Metalenguaje.

metalenguaje
De meta- y lenguaje.
1. m. Inform. Lenguaje utilizado para describir un sistema de lenguaje de programación.
2. m. Ling. Lenguaje que se usa para hablar del lenguaje.



—¡No, no y no, niña! ¿Acaso no tienes orejas? ¿No tienes lengua? “Vant” Si vas a utilizar la lengua antigua hazlo bien. ¡Repítelo! —ordena Baba.
—"Vant" —digo. Y pongo mucho cuidado en hacerlo al ritmo del metrónomo, vocalizando como hace Baba, buscando su misma entonación. Antes de que consiga llegar al final de la palabra se me ha llenado la boca del sabor del agua estancada. 
Baba me golpea con la vara. Tengo los nudillos tan magullados que ya no me duele.  
—¡No! ¡No! Hablas como si tuvieras la boca llena de pasta de garbanzo. Debes conjurar la lluvia no un lodazal. “Vant” —dice.
La palabra trae el aroma de la lluvia sobre los jardines recortados de la capital, el repiqueteo del agua sobre las estatuas de mármol que custodian la casa y la humedad condensada en las hojas de los bonsais. 
—“Vant” —lo intento otra vez. La palabra me suena extraña y me atraganto. 
La vara cae otra vez. Y otra. Y otra. Baba ha alcanzado el punto en el cual pierde la paciencia. Ya no habrá más lecciones por hoy. Sólo golpes que acompaña con insultos pronunciados en la lengua antigua. Son afilados; se me meten bajo la piel y escarban. De pie, en el centro de la sala mi sangre va a unirse a la sangre de semanas de lecciones que motea la tarima. 
Por fin los golpes cesan. Incluso Baba tiene que tomar aliento. 
—Eres una inútil. Márchate. No sé qué haces aquí. 
Yo tampoco sé qué hago aquí. “Serás una invocadora. Siempre será mejor que ser una bruja de aldea” me dijo mi madre antes de marcharme. Madame, más práctica, me dijo que procurara encajar. 
Lo he intentado. He practicado junto al metrónomo hasta que los oídos me han palpitado a su ritmo. Tengo la garganta dolorida de forzar tonos, de modular la voz para acomodarme al acento de la capital. No ha funcionado. Me doy la vuelta dispuesta a irme.
—No sé en qué pensaba el Instructor para admitir a la hija de una cortesana de medio pelo. Este es un oficio para damas —refunfuña Baba. 
No llego a abrir la puerta.
—“Beldur” —murmuro. Y lo digo a mi manera. Sin metrónomos ni escaleras de tonalidades. Lo digo con el mismo ritmo que tenían las llamas cuando el fuego se comió los establos y nos dejó un rastro de animales de ceniza, con la misma cadencia con la que crepitaban las llamas, con la desesperación de las bestias atrapadas.  
En el hábito de Baba un ribete humeante se extiende por los pespuntes. 
—“Vant”—Baba llama al agua, pero esta no acude. Por supuesto que no. Porque Baba llama al agua domesticada de la ciudad, a la que recorre los canales, a la que cae sobre los tejados de casas sin goteras —“Vant” —repite y me complace escuchar una nota de incredulidad. 
No sucede nada. El fuego se ha comido ya su hábito hasta las rodillas. Me mira furiosa. 
—¡Apágalo, niña tonta!
—“Vant” —digo yo. Y la palabra trae el recuerdo aquella noche en que la tormenta levantó el tejado de la iglesia y una ola arrastró al hijo del curtidor mar adentro. 
Baba cae de rodillas. Boquea en busca de aire hasta que, con una arcada, vomita el agua de mar que tiene en los pulmones. Se queda encogida en el suelo, con el hábito chorreando. 
Me inclino a su lado. 
—¿Quiere que pruebe con el viento? —pregunto con voz muy dulce.  



Comentarios

Entradas populares