Estado de alarma. Semana 2.

Por supuesto que no me voy a poner a limpiar.
Porque yo no soy como los demás. Yo soy perfectamente capaz de ser racional y de controlarme. 
El baño no cuenta, porque ya haba decidido antes de que todo esto empezara que tenía que limpiarlo. Y, claro, si paso el dedo por el mueble y resulta que hay polvo, no lo voy a dejar allí.
El suelo lo tenaz que fregar de todas formas porque esta semana ha llovido y T. ha dejado sus huellas por toda la casa. Queda feo. 
La lavadora tenía que ponerla igualmente. 
Y, en realidad, tampoco me cuesta tanto vaciar un spray de acondicionador para el pelo, lavarlo, secarlo, preparar una mezcla de agua y lejía y repasar los pomos de las puertas, las superficies de las mesas, los mandos de la tele, las cintas de las persianas, la cartera, el móvil, el portátil, los cargadores, las llaves de casa y del coche, los auriculares, la fiambrera, el bolso, las suelas de mis botas (cuatro pares) y la correa, el collar y el arnés de Tristán. Los libros que estoy leyendo, las pulseras y los pendientes. 
Yo, por supuesto, no me voy a poner a limpiar como el resto de la gente.
Lo de escribir, eso sí, lo dejamos para otro día. 

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