El azar


I

La mañana del tres de octubre, el doctor Fabián Nuez. asiste a su primer parto en el hospital comarcal de Algorba. Por una de esas travesuras del azar es un parto único entre ochenta mil y se ve sosteniendo a un niño todavía envuelto en su saco amniótico. 

Durante un instante, tiene el ridículo impulso de devolverlo a su madre para que, de alguna manera, haga que el proceso de nacimiento se desarrolle en el orden debido. 

La matrona, resolutiva y poco paciente con esos médicos imberbes que les envían desde la facultad de medicina, rompe el saco y entrega a la criatura a sus padres, poniendo así fin al pasmo del doctor y dando comienzo a una ronda de aplausos y vivas. 


II

El doctor es un joven culto y reposado que dedica sus tardes libres a construir miniaturas de los vehículos de las novelas de Julio Verne mientras degustaba un buen whisky. 

Aquella misma tarde, todavía mortificado por su instante de indecisión, traga, más que degusta un vaso tras otro de whisky. Quién sabe si es el alcohol o la vergüenza lo que vuelve sus manos torpes, pero la maqueta termina siendo un amasijo de chapa de madera y pegamento instantáneo.

Frustado, borracho y considerablemente aturdido por los vapores del pegamento, se sume en un sueño compasivo. Con su último momento de lucidez, tiene la prudencia de dejar abierta la ventana de su estudio.

No ve cómo una paloma de las que infestan el Ayuntamiento vecino entra, sin duda atraída por el olor del pegamento, y tras juzgar la envergadura y robustez de la maqueta, la sustrae para su nido. 


III

Mientras en el hospital tiene lugar un nacimiento extraordinario, Marcio elegido Alcalde por mayoría indiscutible por tercera legislatura consecutiva, dedica el día a la tarea más prosaica, pero igualmente satisfactoria, de expurgar los libros de la biblioteca municipal.

Tiene que soportar las lágrimas del bibliotecario y las protestas de los operarios municipales, pero bien armado con el BOE consigue que se trasladen al desván del Ayuntamiento todos los libros que utilicen un leguaje ofensivo, promuevan el paganismo y la brujería, hagan apología de cualquier religión, contengan escenas de violencia en cualquiera de sus formas, de consumo de drogas y de alcohol, contravengan los valores familiares o sean sencillamente aburridos. 

Ahora, al caer la noche, el desván rebosa de deber cumplido y ha solucionado los problemas de espacio de la biblioteca, así que se sienta en la terraza del casino y, satisfecho, enciende un puro.


IV

Da igual cuál sea el criterio escogido para juzgarla; la banda municipal es mala. Pero toca con un entusiasmo enternecedor que hace que su público les perdone los compases a destiempo y las notas desafinadas. 

Poco a poco, todo el pueblo se congrega en torno al quiosco de música para aplaudir con cariño al final de cada pieza, momento que los músicos aprovechan para ajustar sus instrumentos y el director, para enjugarse las lágrimas. 

Quizá sea el azar, que ese día está juguetón, o puede que sea el viento cálido y seco, que lo mismo arrastra las melodías de la banda, que las servilletas de papel, que la ceniza de los cigarros encendidos. El caso es que una ráfaga particularmente briosa arranca unas cuantas chispas del puro del Marcio y las lleva, todavía incandescentes, hasta el nido de nuestra paloma ladrona. 

En ese preciso instante una nota particularmente desafinada espanta al animal, que bate las alas con fuerza, haciendo que esas minúsculas ascuas agarren y prendan en la maqueta bien cubierta de pegamento del Nautilus. 

Presa del pavor, la paloma aletea y patea hasta echar de su nido la bola en llamas, que va a caer, a través de una teja suelta al desván lleno de libros castigados. 

¿Y qué es un desván si no un laberinto de brisas, telarañas y travesaños secos?


V

El desván arde sin que nadie tenga tiempo de evitarlo y con él, los libros. La orquesta guarda un silencio desacostumbrado mientras que Marcio. se atraganta con el humo del puro y no acierta a gritar cualquier cosa, lo que sea, que de a sus votantes la impresión de que está siendo de utilidad. 

El viento, que hoy está laborioso, arrastra las páginas en llamas formando una tormenta de papel, tinta y rescoldos sobre las cervezas, las tónicas y los granizados de limón. Los niños se apresuran a recoger los pedazos de papel y, antes de que se consuman y les quemen los dedos, leen fragmentos prohibidos y la plaza se llena de historias de brujas, religión, violencia, familia y de otras que son, simplemente, aburridas. 


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