En el reverso
Cuando una compra en tiendas de segunda mano, hay dos reglas que hay que cumplir: no tener ninguna expectativa, por si no hay nada que merezca la pena, y llevar dinero en efectivo, por si hay algo que sí lo haga.
Me había despertado sin ayuda del despertador, lo cual siempre es una buena señal, y había cogido mi bolso y la bicicleta para bajar al centro. Un café con más café que leche, un bollo relleno de chocolate y estuve lista para pasar la mañana trasteando entre muebles viejos y ropa completamente pasada de moda.
Encontré el marco apoyado en una estantería. Madera de cerezo sin pintar ni barnizar, de un color rojo que templaba el ambiente. El ebanista había tallado unas volutas a lo largo de toda su extensión que parecían espuma de mar. Tenía el tamaño perfecto para mi salón y el cristal estaba polvoriento, pero intacto. La foto era simplemente vieja, con los perfiles desvaídos. Mostraba a un grupo de mujeres en la cubierta de un barco. Nada, ni el ángulo, ni los colores, la hacían especial.
Ya en casa limpié el marco con agua y amoniaco, lo tumbé sobre una toalla y armada con un destornillador retiré la lámina trasera. Esperaba encontrarme polvo y alguna araña muerta. En lugar de eso me encontré con una colección de papeles, dispuestos con primor, a modo de un gabinete de curiosidades.
Aguanté la respiración.
Lo mejor de las tiendas de segunda mano son las sorpresas.
Cogí un pedazo de papel de seda, amarillo por el paso del tiempo. Lo habían plegado con mimo así que procuré desdoblarlo con el mismo cuidado. Obtuve seis piezas. Siguiendo las indicaciones que había escritas con un lápiz azul compuse, como si montara un puzle, el patrón de una camisa de manga corta.
A continuación tomé una carta. El papel era grueso, con un membrete enrevesado troquelado en la parte superior. El sello mostraba un paisaje costero dibujado con tinta verde. Desempolvé mi griego: «Ellas» «Grecia»
«Queridas Amigas» comenzaba con la letra de una alumna aplicada, redondita, equilibrada y sin borrones «No sabéis lo dichosa que me hizo recibir vuestro paquete. La blusa es preciosa. ¿Quién dibujó el escote? Tuvo que ser A., seguro. Y los caramelos de café casi me hicieron llorar. Corfu me recuerda a casa, con sus pequeñas calas llenas de pinos. Lamentablemente no he podido salir a explorarla porque Alfredo insiste en que mantenga la casa impecable, pero cuando abro las ventanas por las mañanas huele a sal y a calor.
Nuestra casa es hermosa. Una pequeña villa que en realidad es propiedad del cuerpo diplomático. Por eso no he podido colgar ninguna de mis pinturas y mis muebles se han tenido que quedar en el puerto. Dice Alfredo que lo más sensato será venderlos.
Soy afortunada por tenerle a él. Ni os imagináis la de veces que he estado a punto de cometer una incorrección. Por suerte nos entendemos de maravilla y se, con sólo mirarle, que la camisa que me habéis regalado, por mucho que la aprecie,, no es lo más apropiado para una comida en casa del embajador.
Os añoro muchísimo a las cuatro.
C.
PD: Enviadme más caramelos de café. A Alfredo le entusiasmaron tanto que se los comió todos.»
La segunda carta, también con sello griego, era más breve. Estaba escrita en media cuartilla, con un lápiz de punta gruesa.
«Queridas amigas,
Os ruego que no me mandéis más regalos. Alfredo piensa que las piezas de ropa y los pañuelos bordados que recibo pueden hacer pensar a otros que no tiene los medios para proveer a su esposa.
Hace una semana supe de una noticia maravillosa. Tendré un bebé para el mes de agosto. No podéis imaginaros mi dicha. Alfredo está tan emocionado que parece otro hombre; no me quita la vista de encima y me cuida como nadie. Incluso me ha prohibido bajar al pueblo porque dice que no quiere que le suceda nada al bebé. Dice que su primogénito será un varón. A mi me da igual, la verdad. Sólo quiero que mi bebé nazca sano.
Os quiere
C.
PD: No os olvidéis de los caramelos de café la próxima vez. Alfredo se contrarió mucho al no recibirlos.»
En tercer lugar aguardaba un paquete de cinco cartas atadas con una tira de tela desflecada. Los sellos eran españoles, y estaban franqueados. Ninguna de las cartas está abierta. Todas llevaban un sello en rojo. Una rápida consulta en internet me indicó que debía traducir la palabra como “devuelto”
En cuarto lugar aparecieron dos facturas sujetas por una grapa oxidada: una de la droguería, por una lata grande de rondul. Otra de la confitería, por un paquete de medio kilo de caramelos de café.
En una esquina del cuadro encontré los resguardos de cuatro billetes con destino a Corfú.
Coloqué todo en su sitio y volví a sujetar el panel trasero de cuadro. Miré la foto con más atención: cinco mujeres con vestidos de verano, sandalias y los brazos al aire. Cuatro de ellas exhibían sonrisas satisfechas. La quinta, en el centro, se tapaba parte del rostro con un sombrero. Llevaba en brazos a un bebé envuelto en lazos y puntillas: una niña.
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