Bandas rojas con ribetes dorados


Doña  Angélica  nos quiere mucho. 
Es la única profesora de todo el colegio que sabe ponernos la bufanda con un nudo que ni aprieta, ni se suelta. Nos cura los raspones de las rodillas sin que nos escuezan. Si nos descubre jugando en el bosque que hay al lado del colegio nos castiga, pero poco. Y nunca, nunca nos riñe cuando no nos sabemos la lección.
Pero eso pasa pocas veces. 
Que no nos sepamos la lección, quiero decir. 
Porque Doña Angélica es tan buena que siempre nos la sabemos. 
Somos la mejor clase de nuestro curso. Nos sabemos los nombres de todos los ríos y de todos sus afluentes y nunca los cambiamos de sitio. 
Si alguna vez fallamos es por culpa de Alicia, que se pone nerviosa y se queda en blanco cuando la sacan a la pizarra.
Úrsula, que es la delegada de clase y Pascual, que es el subdelegado, hablan con ella en un rincón del patio. Alicia se pone muy roja, y se aprieta las manos, y promete que estudiará más. Pero la siguiente vez que le toca salir al encerado se pone tan nerviosa que vomita y Doña Angélica se preocupa tanto que se la lleva a la enfermería y ninguna vuelve a clase el resto de la mañana. 
Al final conseguimos que Doña Angélica esté contenta porque ganamos el campeonato de Navidad de todas las clases. Antes de subir al escenario nos limpiamos bien las manos de tierra y nos pasamos el cepillo por el uniforme. Recitamos los ríos, los afluentes y los afluentes de los afluentes y todos los padres nos aplauden. La directora nos reparte quince bandas rojas con ribetes dorados. No sabe muy bien qué hacer con la que le sobra; al final se la da a Úrsula para que se la guarde a Alicia. 
Luego Doña Angélica nos enseña a multiplicar cifras de tres. Al principio es un poco difícil, pero lo explica tan bien que lo entendemos todos.
Menos Pedro, que siempre se olvida de sumar las que se lleva. 
Doña Angélica no le riñe, pero se pone triste. Se lo notamos porque las bufandas se nos sueltan en el patio. 
Úrsula y Pascual hablan con él en la mesa del comedor. Pedro llora un poco y dice que dejará de jugar al futbol para estudiar más, pero se sigue equivocando.
La mañana del campeonato de Semana Santa Doña Angélica está muy ocupada saludando a los padres, pero no nos importa. Nos quitamos las ramitas del pelo, nos arreglamos las trenzas y nos limpiamos el barro de los zapatos hasta que brillan. 
Ganamos el campeonato y la directora nos reparte catorce bandas de color rojo con ribetes dorados. Doña Angélica no puede ver cómo nos aplauden, porque está con los padres de Pedro, en la sala de profesores.
Después de las vacaciones de Semana Santa han retirado el pupitre de Pedro, así que Doña Angélica nos reordena en columnas de cuatro y nos informa de este trimestre vamos a estudiar los subjuntivos. A mi me encantan. Doña Angélica nos dice que en el concurso de verano conjugaremos todos los verbos, en todos los tiempos delante del colegio. Aplaudimos todos menos Úrsula. Estudia durante todos los recreos, pero se lía. Cuando Doña Angélica le pregunta qué le pasa, ella llora muy bajito.
El día del campeonato de verano nos cuesta muchísimo trabajo limpiar la resina de los zapatos,  pero hay tantos gritos al fondo del pasillo que nadie nos presta atención. Conjugamos todos los verbos sin equivocarnos ni una sola vez. Esta vez ni Doña Angélica ni la directora pueden estar así que es la profesora de música la que nos reparte trece bandas rojas con ribetes dorados.
—Al año que viene seré yo vuestra profesora —nos dice— ¿Verdad que es emocionante?
Nos miramos en silencio, sin hacer caso de los aplausos. 
La profesora de música no nos gusta.

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