El gato es de verdad.


En P, donde veraneo, todavía quedan tiendas de las de toda la vida. De esas que lo mismo te venden una linterna, una escoba, un juego de platos de porcelana o un sombrero de paja. Volviendo a casa pasamos por delante de una de esas tiendas. Está en la calle principal y lleva ahí desde que tengo memoria, ha resistido a los turistas y a su reconversión en una tienda más de recuerdos. La regenta una mujer ya mayor pero vivaz, resuelta que sabe exactamente dónde está cada cosa en ese caos de platos, encendedores de butano y cubos de playa. 
También el escaparate lleva ahí toda la vida. Un batiburrillo de hules, vajillas y cafeteras. 


El gato es de verdad. 

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