El espíritu mezquino de la primavera.

Este año ha sido todo uno: cambiar la hora y llegar la primavera. 
Los días se alargan, el frío retrocede tan súbitamente que uno se pregunta cómo era posible que una semana atrás no fuera posible salir sin abrigo.
Los pájaros se desgañitan con sus trinos.
Las abejas zumban.
Las terrazas se llenan.
La gente dice "¡Qué bien, ha llegado la primavera!"
Y yo me retiro discretamente a un rincón oscuro para gruñir a gusto.
Porque la primavera no es mi estación favorita. Ni de lejos. 
Primero: hace calor. Y lo hace de repente. Nunca sé qué ponerme por aquello de "igual hace frío, quién sabe". Cuando me doy cuenta estoy en la calle con sandalias y un jersey de lana bajo el brazo. Inevitablemente, sudo. Y cuando sudo, gruño.
Segundo: hay bichos. Si uno vive en el Aragón rural, hay más. Abejas grandes, moscas grandes, mosquitos con dimensiones de planeadores, arañas tan grandes como la uña de mi dedo pulgar y una considerable variedad de gusanos y bichos varios con caparazón, de esos que cuando los piso hacen "Crac" y yo hago "¡Aaaay!". Y todos, todos, están gordos. Uno pensaría que si acaban de salir del letargo, o de la crisálida, o de lo quesea, deberían estar famélicos y débiles. No. Están gordos y lozanos. En el parabrisas del coche tengo restos que lo atestiguan.
Tercero: astenia. Que no se si es autosugestión motivada por las farmacéuticas o o realmente existe. Sea lo que sea, hasta que llegan los cuarenta grados del verano, yo me voy quedando dormida por casa durante el día. Para evitarlo me atiborro de levadura de cerveza, polen y jalea real en cantidades tales que cualquiera diría que me dispongo a iniciar la construcción de mi propia colmena. 
Cuarto: T. T. es un bichón maltés. Una cosita peludita y adorable. Pero perro, al fin y al cabo. Esto significa que mete el hocico en todo lo que puede husmear. Y en la ruralidad en la que vivimos, eso significa que mete el hocico en todos los matojos, hierbas y riberas que encuentra. Lo saca lleno de carruchos, espigas y semillas varias. Y, lo que es peor y pese al dineral que gasto en pipetas, de pulgas. Y, precisamente porque T. lleva pipetas y yo no, a él no le pican las pulgas y a mi sí. Y como todos los bichos aquí están gordos y hambrientos, llevo picaduras del tamaño de un euro hasta que llega el frío.
Quinto: niños, adolescentes y padres. Los primeros están eufóricos; después de meses de reclusión invernal por fin pueden jugar en la calle; los segundos se han convertido en bolsas de hormonas que se ríen sin control; los terceros se ven liberados, pues los primeros y los segundos se desfogan en la calle. Y todos, todos, hacen mucho ruido.
No. 
A mi solo me gusta la primavera en las películas de Hayao Miyazaki,



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