"Trabajos de amor ensangrentado", de Gervase Fen.

Esta Semana Santa huimos de las procesiones a Tramacastilla. Y allí, perdida en mitad de los Pirineos, rodeada de montañas, nieve y esquiadores que cada mañana trepaban a su coches grandes, brillantes y carísimos para apurar los últimos días de esquí, me leí la última aventura de Gervase Fen.

Deliciosa.
Trepidante. 
Como las dos anteriores, vamos. 

Veamos... el marco es más o menos el siguiente: en la escuela Castrevenford, en el espacio de un día, se producen un robo, la desaparición de una adolescente ligera de cascos y el asesinato de dos profesores. Por si eso fuera poco, en las inmediaciones, aparece muerta una anciana. También asesinada. 

Afortunadamente, por una de esas casualidades de la providencia, el profesor Gervase Fen, ha sido invitado a entregar los diplomas a los alumnos más destacados de la escuela. Ni que decir tiene que mete las narices con entusiasmo en la investigación.

¿Lo mejor?
Todo.

La descripción del claustro de profesores es inmejorable. Brillante aquél profesor que el día de la entrega de premios dice a todo aquel con el que se encuentra "Tengo muchas esperanzas puestas en su hijo"; por supuesto, sin saber quién es su interlocutor ni cuál es su hijo.

Gervase Fen está magnífico. Se pasea por la novela con una mezcla de entusiasmo y hastío, haciendo las preguntas más impertinentes y perdiendo de repente el interés, alternando bostezos con ataques de laboriosidad.

Y, cómo no, aparece Lilly Christine IIII. El bólido rojo del profesor Fen está soberbio. Por supuesto, resulta de vital importancia a la hora de perseguir al asesino. En más de una ocasión parece actuar por su cuenta. Y, como en todas las novelas, termina seriamente abollado, soltado humo y petardeando.

En conjunto, la novela rezuma humor inglés. De ese ácido que tanto me gusta. Es alocada, absurda, frenética. Casi da lo mismo quién resulte ser el asesino. A mí lo que me gusta es seguir a Gervase Fen.

Imprescindible. 

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