Lunes de diccionario. Africano.

africano, na
1. adj. Natural de África. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a África o a los africanos.
3. f. Cuba. Planta pequeña, oriunda del África austral, de hojas carnosas y flores grandes de cinco pétalos amarillentos con pintas oscuras.
4. f. Cuba. Bizcocho pequeño revestido de chocolate.
5. f. Cuba. Asiento de mimbre o lona sobre una armadura de hierro en forma de canasta.
alerce africano
palma africana




La Resistencia era peligrosa y escurridiza. Dar con ella había sido una pesadilla. En una época de comunicaciones digitales, etéreas, ellos habían regresado a lo único que el Sistema no podía rastrear: notas escritas con zumo de limón, textos encriptados que remitían a libros descatalogados que ya sólo se encontraban en las bibliotecas, carretes de fotos que había que revelar con una concreta mezcla, pues de lo contrario quedaban inservibles, y planos que había que superponer y mirar a trasluz para dar con una ubicación.
Tuvieron que recurrir a novelas de época, a películas mudas y a la invención pura. Y tuvieron suerte, también. Capturar a aquél agente de la Resistencia les había ahorrado meses de búsquedas en sótanos polvorientos. Puede que con esos métodos de espionaje apolillados hubieran burlado al Sistema durante años, pero el agente se había doblegado a la química, como hacían todos, y había revelado un lugar y un santo y seña. 
Pears, el mejor agente del Sistema, llamó a puerta. Una trampilla se descorrió a la altura de sus ojos. 
—Santo y seña —la voz, de varón, sonaba desconfiada. 
—Africano.
El guardián de la puerta descorrió los cerrojos. Era menudo y flaco. Llevaba unas gafas que le cubrían la cara desde las cejas hasta las aletas de la nariz. Pears se dispuso a entrar pero el hombre se interpuso. 
—No me suenas. Aguarda un momento —le pidió con extrema cortesía—. Todas las precauciones son pocas ¡Mildred!
Una mujer se acercó con paso vivo. Tenía el pelo completamente blanco y alrededor de los ojos, las arrugas que sólo consigue quien ha sonreído mucho. 
—¿Quién es? —preguntó Mildred al llegar a su altura —No me suena. 
—Conoce el santo y seña —fue la respuesta del guardián.
Pears no se puso nervioso. No frente a un alfeñique y a una abuela.
—Africano —dijo. 
Mildred sonrió. Alrededor de sus ojos la piel se arrugó con un fruncido que hubiera resultado encantador de no ser por el revolver que sacó del bolsillo. Lo apuntó sin que le temblara la mano.
—Africano —asintió—. Ahora dime. ¿Qué africano? ¿La persona, el continente, la planta, el bizcocho o el asiento?
Ahora sí, Pears tuvo miedo.

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