Bitterblue, de Kristin Cashore.

Último libro de la trilogía. 
Aunque quizás debería precisar que no se trata estrictamente de una trilogía ¿He mencionado alguna vez que las trilogías me hacen desconfiar? ¿No? Bueno, por si acaso, ahí queda. 
En realidad Graceling, Fuego y Bitterblue son tres libros que se acompañan. Los tiempos de las narraciones y los espacios son diferentes. Los mundos, similares. Y hay cierta continuidad en la narración que viene dada por personajes que comparten las tres historias. 
En este libro Kristin Cashore nos cuenta la historia de la reina Bitterblue. Es un personaje que ya aparecía en Graceling, aunque de forma más bien secundaria. Ahora ha crecido y ha tomado las riendas del reino destrozado que dejó su padre (que dicho sea de paso, era un sociópata dotado con la gracia de hacer que los demás creyeran sus mentiras).
Bitterblue tiene dieciocho años. No sabe cómo ser reina. No sabe nada de su reino. Pero quiere aprender sobre las dos cosas, así que una noche se enfunda en una capa y sale a conocer la capital del reino. Y repite una, dos, tres veces...
Bitterblue no tiene la intensidad trágica de las protagonistas de las dos novelas anteriores. Si Katsa y Fuego debían enfrentarse a su propia condición, a su condición de seres temidos y, en ocasiones, peligrosos a su pesar, Bitterblue debe enfrentarse a unos acontecimientos que se le escapan. Por un lado, debe desentrañas cuáles fueron los horrores que cometió su padre durante su reinado (avanzo que fueron muchos y variados, macabros, escabrosos, dignos de un malo malo), por otro, debe hacer frente a una intriga en su propio palacio. Las mentiras abundan, los secretos se multiplican y ella no entiende nada. 
Además, hay mensajes encriptados. Siempre es agradable leer una historia con claves secretas. 
El libro no tiene un final feliz propio de cuentos de hadas. Bitterblue no termina en brazos de su primer amor y su reino no se arregla por ensalmo. Más que un final, el libro termina con el comienzo de la reconstrucción del reinado y con unas cuantas despedidas. 
Y, por si necesitara que me terminaran de convencer de lo mucho que me ha gustado, el libro entra dentro de la categoría que he dado en llamar "libros bonitos". 








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