Lunes de diccionario. Aseglararse.

aseglararse 
1. prnl. Dicho de un clérigo o de un religioso: Relajarse en las exigencias de su estado, portándose y viviendo como seglar.




El Inquisidor temblaba de indignación. Desde la cabeza rasurada hasta los pies descalzos, desde el círculo sagrado que llevaba colgado del cuello hasta el hato cargado de libros que cargaba a la espalda y que nunca, nunca debía tocar una superficie sin purificar. 
Temblaba porque el sacerdote que tenía delante había abandonado sus deberes hasta el punto de mostrarse ante él con la barba crecida, el cabello lleno de cuentas de colores y los pies bien calzados. Porque lo había recibido con una sonrisa que quedaba muy lejos de los mandatos de sobriedad que imponía la fe. Y porque lo había hecho en una vivienda en la que los libros sagrados compartían estante con novelas de aventuras y romances. 
—¡Esto es una vergüenza! —clamó saliendo fuera de aquella vivienda impía con grandes zancadas.
—Verá Inquisidor… —el sacerdote salió tranquilamente tras él.
—¡Un ultraje! ¡Una traición a la Fé más allá de todo lo concebible!
—Deje que le explique…
—¡Ha abandonado sus deberes de seglar! ¡Y no solo eso! ¡Ha privado a estas pobres gentes del conocimiento de las verdades de la Fé, de la bondad de la diosa, del equilibrio de la Tierra! ¡Qué esté en una aldea pequeña no lo autoriza para relajar de tal forma sus deberes!
El Inquisidor tomó aliento para proseguir. 
—¡No dude de que informaré prontamente al Concilio! Será relevado del ejercicio de sus funciones antes de la siguiente estación. 
El sacerdote suspiró. Arrancó una planta del parterre que había frente a su vivienda y la retorció. Los pétalos cayeron al suelo, los tallos se quebraron; las manos se le mancharon con la savia de las hojas. Luego, la arrojó al aire.
La planta maltrecha quedó suspendida. Se retorció sobre sí misma, haciéndose cada vez más pequeña hasta desaparecer con un resplandor. Antes de que el Inquisidor pudiera comenzar una plegaria, el aire frente a ellos estalló en un millar de centellas. Cuando su visa se despejó, el suelo estaba cubierto de cientos de brotes verdes. 
—Estas gentes no necesitan que yo les recuerde las bondades de la Diosa porque ven sus bendiciones a diario. Y ahora pase y deje ese montón de libros; seguro que tiene la espalda hecha polvo. Y límpiese esos pies. Da asco verlos. Venga, le prestaré unos calcetines. Las noches aquí son frescas. 

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