Hogar


La luz es hermosa. 
¡Oh, es tan hermosa!
Toda la vida persiguiendo la luna y de repente la tengo aquí mismo, a mi alcance. 
¿Acaso alguien puede culparme?
Me dirijo a la luz. ¿A dónde si no? No hay nada más en el mundo. Me sumerjo en ella, me baño en su blancura, me emborracho con su brillo. Y, de repente un chasquido, y deja de haber luz. 
La luz está más allá, en la noche. Lejana, minúscula. Y yo estoy aquí, incapaz de llegar,, atrapada tras este muro invisible que no cede, que me lastima el cuerpo y me quiebra las alas. 
Herida, sola y a oscuras me retiro. La oscuridad nunca me ha sido desconocida. Me arrastro, agotada, incapaz ya de volar. Encuentro un resquicio y me entierro en él. No quiero ver más la luz si no la puedo alcanzar. 
Aquí hay calma y paz, una noche sin estrellas ni luna. Y algo más. Un olor, sutil al principio, a fibras naturales. Lana y algodón. Lino. Una chispa de seda. Aleteo como puedo y me introduzco más en la oscuridad. 
¡Oh, el aroma! La luz era embriagadora pero esto… Sólo este aroma es suficiente para saciar mi apetito. Aplico mis patas sobre la superficie esponjosa. ¡Qué mas da si no vuelvo a ver la luz! Mis larvas prosperarán aquí. 

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