(Casi) un cuento



Mi madre me contaba cuentos de hadas para engañar al hambre. Historias de ogros que vivían bajo los puentes, de dragones que guardaban tesoros, de campesinas que se casaban con reyes. De esos cuentos aprendí a evitar a los lobos en el bosque y reconocer la casa de una una bruja. 
Lamentablemente, ninguno de esos cuentos hablaba de capitanes de ojos amables y ahora estoy aquí, atada a esta niña que no ha dejado de llorar desde que nació.
Invierto las escasas monedas que tengo en comprar los vellones de lana más sucios que encuentro y me encierro con ellos y con la niña en mi habitación y lloro con amargura. 
No tarda en llegar. Donde no había nadie ahora hay alguien. O algo. Es pequeño, tan flaco que parece hecho de sarmientos y tiene la piel del color y la textura del cuero viejo. Me mira con avidez.
—¿Qué te apena tanto, niña, que no dejas de llorar?
—¡Oh, soy tan desgraciada! Mi madrastra, que tan mal me quiere, me ha dicho que debo convertir toda esta lana en ovillos de oro. De lo contrario venderá a mi niña en el mercado.
Mira a la niña que duerme gracias a la leche de amapola que le he lado. Así, tranquila, es hermosa.
—¡Yo lo haré por tí! Y a cambio no te pediré casi nada. 
Finjo dudar. 
—Me advirtieron de que no hiciera tratos con desconocidos. 
—Oh, pero yo no soy un desconocido. Soy un amigo. Si, eso es lo que soy. ¿No soy el único que ha venido a visitarte aquí? ¿No soy el único que se ha interesado por tus lágrimas? Yo hilaré por tí —mueve sus dedos largos y nudosos. 
—¿Qué me pedirás a cambio?
—Un juego. Me gusta jugar. Déjame la lana. Si antes de que termine de hilar averiguas mi nombre, te quedarás con la lana y con la niña. SI no lo consigues, yo me quedare con tu niña y tu con la lana. Ya ves que soy bueno; siempre te dejo algo ¿No es divertido?
Asiento. Recojo a la niña y lo dejo solo en el cuarto girando la rueca, canturreando entre dientes.
A la mañana siguiente, cuando entro, los ovillos de oro se apilan ordenadamente. Cubren toda una pared. El ser, sentado en la banqueta, balancea los pies, que no le llegan al suelo. 
—Dime niña, dime. ¿Sabes ya mi nombre?
Rompo a llorar. Niego con la cabeza, me meso los cabellos y caigo de rodillas. 
El ser aplaude.
—¡La lana para tí, la niña para mí! —dice. Y me arranca a la niña de los brazos y donde antes había dos, ya no hay nadie. 
Esa misma noche, el ser regresa. Me pellizca los pies con fuerza para despertarme. Trae a mi niña en brazos. 
—No para de llorar. Oh, no. No para de llorar. Me duelen los oídos, me duele la cabeza —dice. En sus brazos la niña berrea más que llora—. No la quiero. Es molesta, es ruidosa. Te la devuelvo.
Sentada en la cama aliso las mantas. 
—Hicimos un trato. 
—No, no. Tienes que cogerla. 
—Hicimos un trato—insisto—. Si no decía tu nombre, me dejabas la lana y te llevabas a la niña. 
—No deja de llorar. Te diré mi nombre, lo dirás en voz alta y te devolveré a la niña. 
—¿Y para qué la quiero? Una niña no sirve para nada. No puede heredar un trono, ni abatir un monstruo. Una niña solo sirve para darla en matrimonio. 
El ser abre mucho los ojos. 
—¿Lo hiciste a propósito?
Me encojo de hombros. 
—El rey y sus ejércitos han acampado cerca. Mírame, soy hermosa, tengo una habitación llena de ovillos de oro y la desgracia de haber sido engañada por tí. 
—Mujer astuta y retorcida —escupe. 
—Cuida tus palabras. La próxima vez que me veas, seré reina y tendré el poder de hacerte ejecutar.
—La abandonaré, la dejaré morir de hambre, la daré a los lobos —me amenaza. 
—Haz lo que quieras, pero hazlo lejos de mí.
El ser aprieta a la niña contra su pecho. 
—Le contaré cuentos de hadas —dice, antes de desaparecer. 
Durante un instante, pienso si debería preocuparme. Pero se acercan caballos al galope. Y yo me adecento antes de que el rey llame a mi puerta. 

Comentarios

Entradas populares