Guía completa del naturalista moderno
Capítulo V. Primavera
Para los profanos, esta estación comienza coincidiendo con el equinoccio de primavera, en torno al veinte o al veintiuno de marzo. El naturalista moderno, sin embargo, sabe que esto es una convención carente de todo sentido, pues la mera observación del entorno permite deducir que la primavera comienza con la época de puesta del ave fénix.
Al contrario de lo que se cree, es esta un ave de pequeño tamaño. Discreta y esquiva, marca la verdadera llegada de la primavera con su senectud. Es en ese momento cuando sabiendo próximo su final, se inflama en una llamarada púrpura para regresar al estado de huevo, del que eclosionará meses después, marcando el inicio del verano y de los incendios estivales.
La época de cría obliga a tomar algunas medidas preventivas, entre ellas el cierre de la circulación en aquellas carreteras que atraviesan su zona de puesta, más para garantizar la protección de nosotros, los seres humanos, que de esta especie.
El naturalista moderno sabe que puede observar la deflagración del ave desde los observatorios debidamente apostados y disimulados en el territorio. No hay espectáculo más hermoso que el ver cómo la llamarada consume al animal para reducirlo a cenizas y cómo de estas, sutilmente, emerge un huevo de cáscara incandescente.
No está de más recordar las protecciones básicas. El ave fénix ofrece un aspecto ciertamente decrépito al final de sus días; enflaquece, pierde casi todo su plumaje, y emite un piar lastimero que causa congoja en el corazón. El naturalista moderno se abstendrá de prestar cualquier ayuda. «Observar sin intervenir» es nuestro lema y a él debemos ceñirnos. Esta norma básica no sólo garantiza el bienestar de los animales, sino que ahorra una buena cantidad de quemaduras provocadas por el roce de las últimas plumas del animal.
La primavera marca también el inicio de la migración del minotauro y el desplazamiento de las grandes manadas desde el sur en busca de tierras más frescas al norte. Este mamífero extraordinario marcha siempre por rutas conocidas, que se remontan a las calzadas que los antiguos romanos trazaron para ellos. Sin embargo, no hay que olvidar que su especial naturaleza lo impulsa a construir laberintos a medida que se desplaza por lo que no es extraños que surjan nuevos ramales más allá de los terrenos señalizados por las autoridades. El naturalista moderno que se aproxime a transitar por los laberintos que dejan a su paso hará bien en llevar siempre consigo una brújula, un teléfono para emergencias y, por supuesto, un cordel rojo que extenderá a medida que avance y que le permitirá volver sobre sus pasos.
Durante la primavera, el naturalista moderno puede disfrutar de largos paseos por el campo sin más precaución que una crema para las ortigas y un buen antimosquitos para repeler a las hadas. Si, por un casual, una se encaprichara de nosotros, nada tan eficaz como arrojar lejos un sobrecito de azúcar, de los que abundan en las cafeterías. El hada, ser glotón donde los haya, perderá interés en nosotros al instante.
La primavera es una estación gozosa para el naturalista moderno, que le permite disfrutar de la riqueza de nuestra fauna sin la precauciones que impone el invierno ante yetis, trolls, ogros y dragones. Con unas cuantas precauciones básicas y un equipo ligero, el naturalista moderno estará en condiciones de disfrutar todo lo que la estación tiene que ofrecerle.
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