El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse, de Susan Cain.

En "El poder de los introvertidos" Susan Cain examina a esa curiosa parte de la especie humana que no disfruta de fiestas bulliciosas, no arranca a bailar ni es una conversadora chispeante y que prefiere quedarse en casa con un libro o viendo una película. (Sí, aquí yo alzo la mano. Presente. Yo soy una de esas).

Susan Cain distingue analiza a los introvertidos siendo muy consciente de que es muy fácil caer en los tópicos. Por eso, recorre con cuidado diversos estudios que analizan los factores genéticos, culturales y sociales que permiten identificar a un introvertido. Y créanme, los hay. (Sí, aquí yo vuelvo a alzar la mano. Soy una de esas).

Propone poner en valor al introvertido, a la parte de la sociedad callada y reflexiva, meditabunda y observadora que, generalmente, queda acallada bajo grupos de trabajo en el colegio, exposiciones orales en el instituto y oficinas sin paredes en la edad adulta. Factores todos ellos dirigidos a fomentar la extroversión y, con ello, el ruido, el pensamiento inmediato y el liderazgo del más ruidoso. Y defiende la necesaria colaboración de las dos partes de la sociedad, introvertidos y extrovertidos, con vistas a alcanzar un equilibrio sano. 

Me ha gustado especialmente el capítulo dedicado a niños introvertidos. (Sí, en este punto he levantado tanto la mano que T. se ha emocionado y a saltado a lamerme la nariz).

¿Lo mejor de todo?

Que he podido volver veinte años atrás y darle unas palmaditas en la cabeza a mi yo-niña, la que llevaba gafas de pasta en la punta de la nariz y alergia a la frase "¿No hablas mucho? ¿Por qué no habas más? Venga, dime algo".

- Tu tranquila- le digo.

- Ya. Seguro- mi yo-niña me mira enfurruñada y mohína.

- No, en serio. Tranquila. No estás mál hecha. No estás rota. Y no necesitas que te arreglen. Sólo eres así, introvertida. 

Mi yo-niña no se fía mucho, pero el mensaje empieza a calar. Arruga la nariz para subirse la gafas y vuelve a enfrascarse en su libro.