Lunes de diccionario. Osciloscopio.

osciloscopio
De oscilar y -scopio.
1. m. Electr. Aparato provisto de una pantalla y que sirve para representar en ella magnitudes físicas que varían rápidamente.



I

Maximilian Armingoth era rico. Muy rico. Podía comprar lo que quería y así lo hacía. Adquiría todo lo que podía ver y toca. Y también lo que no podía ni ver ni tocar; eso era lo que más le satisfacía. 
Nada le causaba más emoción que adquirir algo que llevara amarrado un espíritu. Dagas malditas de la India, deidades talladas en piedras preciosas procedentes de templos mayas, tiaras de soberanos europeos y, por supuesto, mansiones inglesas. 
Su próxima adquisición estaba resultando muy prometedora. Una buhardilla decrépita en el centro de Londres, en un barrio que resultaba triste y decadente incluso en los días soleados.
Maximilian Armingoth no era un iluso. Ningún hombre que heredara una gran fortuna y la duplicara lo era. Todas sus adquisiciones eran rigurosamente investigadas antes de realizar la compra. Se encargaban de ellos los mejores historiadores y académicos que su dinero podía pagar; y podía pagar a los más brillantes.
Y siempre sus adquisiciones pasaban por el osciloscopio del profesor Oxtramm, el mejor parapsicólogo, el único que había estado en presencia de los mejores monarcas, tanto vivos como como muertos. El único que, una noche memorable, se atrevió a reunir a todas las esposas de Enrique VIII desatando una furia contra el rey que terminó con todos los ventanales del ala norte del palacio de Hampton Court hechas añicos.
El único, en resumen, cuyos certificados de autenticidad podían triplicar el valor de cualquiera de sus inversiones sobrenaturales y añadir todavía más prestigio a su colección.

II
El profesor Oxtramm estaba de buen humor aquella noche. 
Frente a él estaban sentados algunos de los miembros de la más alta sociedad londinense, vestidos como si fuera a asistir a un espectáculo en el palacio de la ópera y no en un ático decrépito.
Había recibido tantas tarjetas de felicitación que Alyssa, su hija y asistente personal, había tenido que hacerse cargo de ellas para que no le deformaran los bolsillos del esmoquin. 
Cuando llegaron el lugar le había parecido prometedor: las historias que se contaban del lugar eran vagas y, en su mayoría, se contaban regadas con grandes dosis de cerveza. Incluso las manchas eran lo suficientemente ambiguas como para ser sangre, aceite o para lámparas o simplemente mugre. 
El profesor Oxtramm se felicitó. Había contado con obtener un resultado fallido esa noche y todo parecía indicar que así sería. 
Lo único que igualaba a la emoción de ver cómo la aguja de su osciloscopio se inclinaba hacia la línea roja que marcaba la presencia de espíritus y se mantenía allí, temblando, era ver cómo la aguja se inclinaba hacia la línea dorada y volvía con un golpe seco al punto de partida. 
Además, su reputación se sostenía porque mantenía un cuidadoso equilibrio entre las presencias espectrales que confirmaba y las que desmentía. 
Sin más preámbulo que un carraspeo, encendió el osciloscopio. 

III
Alyssa se mantuvo en un segundo plano mientras su padre encendía el osciloscopio. 
Al comienzo de su carrera solía iniciar sus representaciones con elaborados discursos sobre este mundo y el más allá. Hasta que una noche, afónico más allá de la ronquera, comenzó sin florituras y descubrió que el efecto que causaba sobre su público era mucho mayor. 
Desde entonces, simplemente encendía el osciloscopio. La aguja del aparato comenzó a temblar de inmediato, como si tuviera prisa por terminar la faena.
Los invitados, entre los que se encontraban banqueros, periodistas y académicos, se inclinaron hacia delante, conteniendo el aliento. Maximilian Armingoth también lo contuvo, pero con mucha más discreción. 
Y, todavía con más sigilo, Alyssa vio cómo su padre jugueteaba con su reloj de bolsillo y lo dejaba junto al osciloscopio. La aguja se deslizó hacia la línea roja y comenzó su retirada hasta retornar al punto de inicio.
Las sillas crujieron cuando los asistentes se reclinaron en los respaldos. El aliento que habían estado conteniendo salió convertido en murmullos de desilusión. 
Y, frente a ella, al otro lado de la sala, una sombra se desprendió de la pared. 
Alyssa se contuvo para no poner los ojos en blanco. 
Iba a ser una de esas noches. 
La sombra avanzó por la sala, haciendo bajar la temperatura varios grados de golpe. Los restos de las cortinas que colgaban en las ventanas oscilaron movidas por un viento inexistente. 
La aguja comenzó a temblar de nuevo.
Su padre la miró, alzando una ceja. Una pregunta que había formulado muchas otras veces. Alyssa asintió y se encogió de hombros. 
No había nada que los imanes de su padre pudieran hacer. Puede que los espectros ya no tuvieran corporeidad, pero lo que sí tenían era un excesivo amor propio y no había forma de que dejaran pasar la oportunidad de hacerse notar. 
La sombra, que ahora tenía el contorno de un hombre flaco y menudo, colocó el dedo sobre la aguja y la llevó hasta la línea roja. 
—Positivo —gruñó su padre.
Los invitados prorrumpieron en aplausos. Maximilian Armingoth corrió a estrecharle la mano a su padre. 
El espectro dejó escapar una risa de satisfacción que hizo temblar los tablones del suelo. 
Alyssa pensó que era una lástima que al día siguiente el invernadero de Madame de Colandaire tuviera que dar negativo. Era mucho más agradable que esta buhardilla. 

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