Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell.

Libros que me hayan hecho llorar ha habido unos cuantos. Así, a bote pronto, el primero que me viene a la cabeza es "El camino", de Miguel Delibes. Libros que me hayan dejado con la congoja atravesada en la garganta, también. Por ejemplo, "Los últimos niños", de Gudrun Pausewang, un relato durísimo de un mundo postapocalíptico. También ha habido libros que me han quitado el sueño y me han inquietado hasta tal punto que he pasado la noche en vela, con la atención puesta en el cerrojo de la puerta. El más reciente, "El muñeco de nieve" de Jo Nesbo.

Ahora bien, libros que me hicieran reír en voz alta, de esos todavía no había encontrado ninguno. Me había topado con libros que me hacían sonreír, o que me provocaban una risita discreta, de esas que se escapan por la nariz. Pero reír a carcajadas, llorar de risa, nunca.

Hasta que llegó Gerald Durrell con su familia y otros animales.

"Mi familia y otros animales" ese es el título. Y va precisamente de eso, de su familia y de animales varios y de los años que pasaron en la isla griega de Corfú.

Para comenzar debería decir que la familia Durrell es una familia muy, muy inglesa y que entre sus miembros se encuentra Lawrence Durrell, que con el tiempo se convertiría en un señor dignísimo que escribiría la "Trilogía de Corfú". Pero eso sería más tarde, porque en el libro es el villano, el hermano mayor prepotente, suficiente y orgulloso.

Y si él es el villano, la heroína es la madre. Resignada y comprensiva con la fauna que le ha tocado como hijos. Trata de imponer algo de sentido común de cuando en cuando, pero nunca termina de salir del todo bien.

Lo mejor del libro ha sido prestárselo a mi madre y verla reírse hasta llorar.

"Así no terminaré nunca" —me decía secándose las lágrimas.

Pero mira si, lo terminó. Y en un tiempo récord.

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