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Las ocas

Sentado en la parada del tranvía, Amor desmiga un cuscurro de pan en el bolsillo del abrigo.   Cualquiera que lo viera lo tomaría por un caballero: cabello plateado y abundante, traje y chaleco, bigote severo y zapatos relucientes con los cordones cuidadosamente atados con un solo nudo. Incluso lleva un bastón con la empuñadura de un querubín y dos alas puntiagudas y plateadas que balancea con descuido.   Sin embargo, cuando el tranvía llega, se lanza dentro. No se molesta en validar su tarjeta porque no le ve sentido a pagar si el vehículo circulará con independencia de que lo haga o no. Es hora punta, la que más detesta, así que, sencillamente, se abre camino en linea recta. Cuando los viajeros no se apartan a su paso punza los tobillos que le estorban con la punta del bastón, clava las alitas de la empuñadura en costillas ajenas y, en general, blande la cabeza del querubín con elegante negligencia.   Cuando llega al sitio escogido se deja caer y la pasajera que estaba ...

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