La serpiente de Essex, de Sarah Perry.

La culpa es mía, por acercarme a un libro con ideas preconcebidas. Mía y de los que redactan las sinopsis de las contraportadas. Y de los que ilustran las portadas, ya que estoy repartiendo culpas. 
Esperaba encontrarme una especie de ser mitológico, una serpiente marina, monstruosa que hubiera vuelto a la vida para asolar un pueblecito de Essex; y esperaba encontrarme con una naturalista y un párroco que armados con lanzas le dieran caza en un apoteósico combate final. Muchos fuegos artificiales, fanfarria y grandes frases para la posteridad.
Y no. 
Me encontré con algo mucho menos fantasioso, más relajado y con menos efectos especiales. 
Los actores principales son dos: Cora Seaborne, naturalista recientemente enviudada de un marino al que no quería pero al que obedecía y con un hijo al que quiere, pero al que no entiende. Y Will Ransome, devoto padre y marido y religioso de fé firme, que no está preparado para que llegue una naturalista de Londres y se dedique a removerle los cimientos de su existencia. 
Y luego está la serpiente que no se ve, pero que se adivina. Que se arrastra por los escenarios y se mete en las conciencias y se cuela en los rumores y que trastoca la vida de los personajes, de los principales, de los secundarios y de los que sólo están para ocupar pupitres y que la clase no parezca tan vacía.
Es una novela ambientada en la época victoriana; de esas que se dicen que tienen una ambientación histórica muy cuidada y un elenco de personajes trabajados. Pero lo mejor, para mi, es la atmósfera, con esa serpiente que está sin estar y que desliza a lo largo de todas las páginas. Una novela que pone de manifiesto cómo un rumor, una superstición puede cobrar tanta corporeidad que llegue a tener consecuencias muy reales.
Es una novela sin estridencias, narrada a ratos en forma epistolar, para leer en las tardes de invierno, cuando la niebla y el frío de la calle acompañan la niebla y el frío de los capítulos.
Tengo que reconocer que me costó por lo menos un tercio del libro darme cuenta de que no habría ningún enfrentamiento épico y que lo que estaba leyendo era el cruce de la vida de los personas en un contexto peculiar.  Una vez que deseché mis ideas preconcebidas, disfruté del libro como lo que es: un relato sosegado, de esos en los que nada explota, pero en los que al final todo ha cambiado.
La portada, por supuesto, es una preciosidad. 

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